3/07/2013 – Desde Medjugorje

Llegamos el lunes un grupo de cuarenta personas. Todos con ansias de gozar de unos días de espiritualidad mariana y eucarística. Nos encontramos con una multitud venida de todas las partes del mundo, y todos con el mismo anhelo de intentar alimentar la fe con la ayuda de la Virgen María.

Se destacan los italianos, que vienen en masa, como siempre. Y muchos anglosajones, y de otros continentes que hacen un verdadero sacrificio para peregrinar hasta este rincón de Bosnia. Pero aquí estamos, españoles más bien pocos. Este martes tenía lugar la “aparición” de la Virgen a una de las videntes, que tiene lugar el 2 de cada mes. La multitud se dio cita en el monte de las apariciones desde la noche anterior. Yo no he estado. ¿Razón? Tengo verdadero respeto por las manifestaciones de la Virgen, pero esos espectáculos masivos, aunque llenos de fe, no me van demasiado. Diríamos que me agobian. Me llena más la oración silenciosa en donde la Virgen también está presente, y el confesionario donde las almas se reconcilian con Dios.

Me cuentan los del grupo que fueron al Monte que aquello era un hervidero de gente. Llegó la vidente con puntualidad. Se rezaron muchos rosarios. Y en un momento determinado se hizo un silencio absoluto en el amanecer de este día, solo roto en un momento por una joven fuera de sí que gritaba desaforadamente, hasta que unos sacerdotes pudieron apaciguarla. Y la vidente entró en éxtasis y empezó a recibir el mensaje de la Virgen para este día. El pueblo congregado no vio a la Reina de la Paz, como es normal, pero sentían su presencia. La vidente después escribió el mensaje para poder trasmitirlo a todos. Nos habla, entre otras cosas, del amor a los sacerdotes, ministros del Señor.

Los peregrinos bajan del monte, como lava ardiente de un volcán, dispuestos a seguir luchando por vivir la fe, la caridad y la esperanza. En los confesionarios verdaderas colas de penitentes. Y las Misas que se celebran ininterrumpidamente por idiomas, todas muy participadas con ejemplar disciplina litúrgica.

Se nota alegría en el ambiente. Y un sumo respeto por los sacerdotes, que somos requeridos constantemente para bendecir cualquier objeto sagrado que se llevan como el mejor de los tesoros, o para recibir la absolución de los pecados. Realmente hay vida en estos lugares marianos. Y si hay vida hay esperanza de despertar en el pueblo de Dios esa fe dormida que nos hace indolentes ante Dios. Me diréis que no hace falta venir a estos sitios para sentir la fe que brota fresca y alegre. Es verdad, pero sí hacen falta tiempos de oración, de silencio, de salir de la rutina zarandeados por la Gracia de Dios que nace, como agua de manantial, allí donde se le deja espacio. Yo me encuentro a gusto, y animo a los que puedan dedicar a Dios y al alma algún tiempo en exclusiva este verano, que lo hagan con generosidad y hambre espiritual. Serán unas vacaciones bien aprovechadas. Yo desde aquí rezo para que así sea.

Juan García Inza
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