Comentario del mensaje del 25 de Junio de 2013, 32º Aniversario

“¡Queridos hijos! Os amo a todos con alegría en el corazón, y os invito a acercaros a mi Corazón Inmaculado, para que Yo pueda acercaros aún más a mi Hijo Jesús y para que Él pueda daros su paz y amor, que son alimento para cada uno de vosotros. Abríos hijos míos a la oración, abríos a mi amor. Yo soy vuestra Madre y no puedo dejaros solos en el deambular y el pecado. Hijos míos, vosotros estáis llamados a ser mis hijos, mis hijos amados, para poder presentaros a mi Hijo. Gracias por haber respondido a mi llamada”.

“Se dijeron uno al otro: ¿no es verdad que nuestros corazones ardían mientras nos hablaba por el camino y nos abría el sentido de las escrituras?” (Lc. 24, 32). Ese corazón ardiente de los discípulos de Emaús es lo que necesitan la Iglesia y los cristianos de hoy. Pero ese corazón es imposible tenerlo sin la oración, la lectura de la palabra de Dios, la confesión, la Eucaristía y el ayuno. Es como Jesús habla al mundo de hoy. Ser testimonios del amor de Dios significa dejar que nuestros corazones sean consumidos por el que es el Amor. Ese fuego debe quemar también todo nuestro pecado, toda nuestra iniquidad, la inmundicia con la que el demonio pretende sembrar nuestras almas. Jesús, por medio de María, no nos abandona. Nos da sus remedios para salvar nuestras vidas. Ser testigos de Cristo, de su resurrección, esa es la llamada. Muchas veces parece que los cristianos nos acostumbramos al milagro de la Eucaristía, a tantos dones como recibimos de Dios, ser cristiano ha de ser dejarse sorprender por la novedad del encuentro con Cristo. No podemos acostumbrarnos a ese Dios que, por amor, se nos ofrece en el pan de la Eucaristía. Sorprende la frialdad, la rutina con que, a menudo, vamos a misa. Tendría que ser el momento en que nuestros corazones ardieran de emoción por ese encuentro, por esa unión, y, en cambio, nos falta descubrir a Cristo verdaderamente presente en la Eucaristía. “¿Cómo sigo yo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirle quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás” (SS. Francisco). Seguir a Jesús es descubrirlo presente en nuestras vidas y, también, en los hermanos. Una vez un amigo musulmán me dijo: “si realmente creyeras que en ese pan está Dios, no te moverías del sagrario”. Es así, no movernos del sagrario y seguir esa adoración encontrándonos con Jesús en los demás. Toda nuestra existencia es un hacer presente el amor de Dios en el mundo. Un amor sin el cual no podemos vivir. “Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron” (Lc. 24, 31), reconocerlo al partir el pan y reconocerlo presente y vivo siempre en nuestras vidas. “El cristiano está siempre dispuesto a anunciar el Evangelio, porque no puede guardar para sí mismo el gozo de conocer a Cristo” (SS. Francisco). Cuando alguien descubre algo que le cambia la vida no se lo puede guardar. Necesita comunicarlo, explicarlo darlo a conocer. Los cristianos lo hacemos con la palabra y con nuestras vidas. Nuestro testimonio, nuestra autenticidad hace que se pueda descubrir tras nuestros gestos al Dios del amor. “Ama a Jesús generosamente. Ámale confiadamente y sin mirar hacia atrás, sin temor. Entrégate totalmente a Jesús… Desea amarle mucho y amar el amor que no es amado” (Beata Madre Teresa de Calcuta).

“De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.” (Lucas 17,10). Se trata de trabajar y servir a los demás sin pedir nada a cambio, sin esperar nada. En este tiempo, más que nunca, es necesario servir a Dios en los hermanos. Debemos luchar contra nuestro pecado, contra el demonio y el mundo para ponernos a pensar de forma real en los otros. No podemos limitar la acción de Dios en nosotros. Dios nos ha creado para hacer presente su amor en el mundo. Nosotros no somos importantes, importante es Dios y su voluntad. Hemos de vivir pensando en los demás, especialmente en el que tenemos al lado, cerca. “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23). Negarnos a nosotros mismos no significa dejar de ser nosotros mismos, significa romper con el pecado que hay en nosotros para salir al encuentro de Dios y del hermano. “Si quieres ser servido, sirve” (Beato Ramón Llull). Naturalmente en la vida hay alegrías y, por desgracia, sufrimiento, todo tiene un sentido aunque nos cueste de aceptar o ver. El sentido de todo lo da el amor. Las alegrías nos ayudan a ser agradecidos, el sufrimiento a descubrir que para tener eternidad es necesaria la cruz.

¡Que la Gospa nos dé el amor de Jesús!