Comentario del mensaje del 2 de diciembre de 2.014

“Queridos hijos, recuerden lo que les digo: el Amor triunfará. Sé que muchos de ustedes están perdiendo la esperanza, porque alrededor de ustedes ven sufrimiento, dolor, celos, envidia. Pero, yo soy vuestra Madre. Estoy en el Reino pero también aquí con ustedes. Mi Hijo me envía nuevamente para ayudarlos. Por tanto, no pierdan la esperanza sino síganme porque el triunfo de mi Corazón es en el nombre de Dios.

Mi amado Hijo piensa en ustedes como siempre lo ha hecho. Crean en Él y vívanlo. Él es la Vida del mundo. Hijos míos, vivir a mi Hijo significa vivir el Evangelio. Esto no es fácil. Significa amor, perdón y sacrificio. Ello purifica y abre el Reino. La oración sincera, que no es sólo palabras sino la oración en la que habla el corazón, los ayudará. Asimismo, el ayuno (los ayudará) porque es aún más amor, perdón y sacrificio. Por ello, no pierdan la esperanza sino síganme.

Les imploro nuevamente orar por sus pastores para que miren ellos siempre a mi Hijo, que fue el primer Pastor del mundo y cuya familia fue todo el mundo.

Gracias”.

Las humanas ilusiones se derrumban, las situaciones mundiales, nacionales, familiares se oscurecen y complican. Los medios nos tienen informados (informados?!) acerca de cataclismos y matanzas, porque hacen noticia, aunque después, al siguiente día caiga todo en el olvido. La sensación momentánea suele ser de rabia y de impotencia.

A los cristianos, islamistas asesinos los decapitan y venden como esclavos y nadie protesta. El llamado Islam moderado calla, lo que suena a complicidad, y nuestra Iglesia padece de afonía para no romper el diálogo y quizás para no comprometer a esos cristianos que, de todos modos, ya son perseguidos y muertos. Sin embargo, ellos piden y esperan otra cosa de nosotros. Esperan que alcemos -o quienes deban hacerlo- alcen la voz y no justifiquen lo injustificable. ¿Cómo es posible siquiera pensar que ellos –los musulmanes- tienen fundamentalismo, pero también nosotros lo tenemos? ¿A qué se le llama fundamentalismo cristiano? ¿Quizás a algún pastor protestante de un pueblo perdido de los EEUU que quema el Corán? Eso es absolutamente marginal y la diferencia es enorme porque ese no mata a nadie. Es la enormidad que existe entre un acto aislado y tonto de algún exaltado o hastiado, con la acción sistemática de un califato que decapita, crucifica, viola, saquea, esclaviza a cristianos a quienes consideran menos que nada.

Pude escuchar al Arzobispo de Mosul en una reciente conferencia grabada. Hablaba como el Pastor que, en medio de la tribulación, no aparta su mirada de Cristo, y decía: “Lo hemos perdido todo. No tenemos nada, ni casas, ni tierra. Hemos perdido a familiares y amigos: los han matado o vendido como esclavos. El futuro se nos ha oscurecido, pero lo único que no hemos perdido ha sido la fe. La fe es lo más grande que tenemos, es nuestro tesoro. Nuestro pueblo sufre pero tiene el orgullo de sufrir por su fe”. Ciertamente, si hubieran apostatado, o sea negado a Cristo y aceptado hacerse musulmanes nada de aquello les hubiera sucedido. Le preguntaron cuál era la ayuda material que más necesitaban e inesperadamente respondió: “¡Vuestra fe!” Y para que no cupiese duda alguna agregó: “Ésa es la ayuda material que necesitamos: vuestra fe, que no retrocedáis ante los ataques. Una fe que os haga hablar y defender la fe en Cristo. Vuestro diálogo de nada sirve. Además ellos, los musulmanes lo entienden como señal de debilidad”. En otra oportunidad advirtió a este Occidente dormido: “Vosotros seréis los próximos”. Nos estaba diciendo de nada les servirá ese miedo que se disfraza de prudencia o esos diálogos para que el mundo, que no quiere saber de Cristo, los aplaudan.

Pero, ¡qué curioso! mientras parecería que nos avergonzáramos de evangelizar, de proclamar el nombre de Cristo como el único Salvador, cuando callamos porque tememos romper el diálogo con otras religiones y con los mismos ateos, el Señor obra y nos repite lo que les dijo a los fariseos: “Os digo que si estos callan gritarán las piedras” (Lc 19:40). En estos momentos son muchos los musulmanes que se están convirtiendo secretamente a Cristo y piden el bautismo. Puedo asegurarlo porque estoy conociendo de muy cerca esta realidad. Muchos de ellos, y en muchas partes, han tenido visiones, sueños, apariciones del Señor. Otros han sido tocados por los testimonios de aquéllos. Y no son pocos sino miles y miles. Y hay que ver cómo aprenden los Evangelios y cómo adoran al Santísimo. Esto ocurre mientras la fe languidece en muchos, mientras no cumplimos con el mandato: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación”. Mandato al que agregó el Señor estas palabras de advertencia tan poco dialogantes y componedoras: “El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará”. Palabra del Señor (Mc 16:15-16).

Pues, todo esto y más es lo que vemos. Vemos que a Cristo no se lo vive porque no se lo escucha, y no se lo escucha porque en lugar de la Palabra de Dios se la sustituye por la palabra del hombre. En parecido orden de cosas, las confusiones originadas en la preparación y en las sesiones del Sínodo sobre la familia han agregado nuevas inquietudes sobre temas en los que no caben discusiones posibles.

A todo ello se suma la experiencia que cada uno hace del pecado, ajeno y propio. Nuestra Santísima Madre habla en este mensaje de celos y envidias, sentimientos que hieren al que los padece y a quien va dirigidos. Santo Tomás de Aquino decía que la envidia es la tristeza por el bien ajeno. Aunque creamos que nosotros no somos envidiosos, es fácil detectarla cuando algo bueno que le toca a otro en lugar de alegrarnos nos entristece. Claro, hay una forma perversa de la envidia, que es alegrarse del mal ajeno, y eso también se ve. Pues todo esto que nos toca vivir, sumado a incertidumbres o padecimientos por situaciones sociales y económicas en constante deterioro, nos hace sentir desolados. Parecería que no hay de donde agarrarse. Sin embargo, nuestra Madre lo sabe y nos lo dice: “Sé que muchos están perdiendo la esperanza”. Pero, agrega, “recuerden lo que digo: el Amor triunfará”. Y nuevamente nos lo hace presente: “Yo estoy en el Reino, pero también aquí con ustedes porque soy vuestra Madre”. De ese modo nos está diciendo, confíen porque quien les está hablando y ayudando es la Reina del Cielo, y esa Reina es, además y por sobre todo, Madre de cada uno de ustedes aquí en la tierra.

Este mensaje, me lo han dicho ya muchos, es muy esperanzador. Y ¿Cómo no ha de serlo?

Nuestra Madre ha conseguido su cometido: devolvernos y fortalecer la esperanza. Pero, no se detiene allí sino que nos llama a su secuela. Seguir a María es ir hacia Cristo. Y nos dice que tenemos que vivir el Evangelio para vivir a Cristo, para que Cristo viva en nosotros. No es fácil, admite, pero debemos ordenar nuestra voluntad a esa meta ya que contamos con la gracia de Dios. La meta es el amor. El amor que todo lo soporta y todo lo perdona. Por eso, amar significa también perdonar. Amar significa aceptar, por amor, la cruz, el sacrificio de cada día. E incluso imponerse sacrificios para ofrecerlos a Dios por otros con el propósito de alcanzar un camino de perfección en el amor, o sea un camino de santidad. Los instrumentos para alimentar y alcanzar al amor, son la oración y el ayuno. Oración y ayuno que parten de un corazón que se sabe débil y pequeño pero que es deseoso de amar.

Y luego el mensaje finaliza con la imploración, algo más fuerte que un pedido, de rezar por los pastores. Esta parte creo que muchos la pasan de largo, sin más, como si fuese una especie de cola final ya repetida. Sin embargo, vale la pena profundizar este final, porque haciéndolo rezaremos con más fervor y no olvidaremos de hacerlo, cada día.

¿Por qué tal insistencia? Porque la necesidad es grande. ¿Quiénes son los pastores? Los sacerdotes, pero en primer lugar los obispos que poseen además la plenitud del sacerdocio.

¿Qué pide en este mensaje en particular? Que miren a su Hijo. Quiere decir que no siempre lo miran y que hay quienes no lo hacen. Pero, ¿acaso no es propio del pastor tener siempre su mirada puesta en el Señor? El pastor no se pastorea a sí mismo sino que es el Pastor Supremo quien lo conduce: Jesucristo. Pero, para eso debe dejarse conducir, querer ser conducido por el Señor. El pastor tiene un rebaño dado por el Señor en custodia, pero el rebaño es de Cristo, y el pastor es, a su vez, oveja de Cristo. Cuando en lugar de tener su mirada en su Señor la tiene en sí mismo o en agradar al mundo deja de ser pastor, deja de ser sacerdote según el Corazón de Cristo. Le es infiel y lo que es aún más grave, lleva al rebaño, es decir a los fieles, a la confusión y hacia caminos de perdición.

Cristo es el Modelo, es el Buen Pastor, y él no callaba y hablaba muy claro, sin medias palabras o interpretaciones de acuerdo al gusto del oyente. No temía quedarse solo porque su discurso fuese duro de entender. “Jesús dijo entonces a los Doce ¿También vosotros queréis marcharos?” (Jn 6:67). Así debe ser el buen pastor.

En su exigencia el Señor mostraba su misericordia, porque Él había venido a salvar lo que estaba perdido y no a complacer a los pecadores para que continuasen pecando. Por eso su primer y perpetuo llamado era y es a la conversión.

De los fariseos hipócritas les advertía a la pobre gente, y les decía: “No imitéis su conducta porque dicen y no hacen. Atan pesadas cargas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas”. Pero, atención, antes les había dicho “Haced pues, y observad todo lo que os digan”(Mt 23:3-4). Es que esos fariseos decían que la Ley debía cumplirse. Debemos cuidarnos de dar vuelta lo dicho por Cristo y hacer de quien dice que la Ley debe ser cumplida un fariseo. Fariseo es el hipócrita, el que usa la religión para su beneficio, y también la hipocresía alcanza a quien retuerce la Palabra de Dios buscando que Cristo diga lo contrario de lo que mandó cumplir. Porque el Señor no vino a abolir la Ley sino a darle cumplimiento (Cf Mt 5:17). A quienes, por una errónea idea de misericordia, pretenden quitar cargas de la Ley, “amortiguándola”, el Señor responde con su Palabra: “Tomad sobre vosotros mi yugo (su Ley) y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11:29-30). Pero, ¿acaso no se dice que la Ley es exigente, y sobre todo la Ley de Cristo que suma a la antigua mayor rigor, y no ha dicho la Virgen que no es fácil vivir el Evangelio? Sí, no es fácil, es exigente pero también es cierto que es el amor que procede de la gracia del Señor el que hace suave la Ley y que su carga no sea pesada. Porque el triunfo, en lo personal como en toda la humanidad, es el del Amor.

En definitiva, si la Santísima Virgen, Madre de los sacerdotes, Madre de la Iglesia, implora es porque ve y sabe la gravedad de lo que está ocurriendo. Por eso, a rezar y mucho, por los pastores, para que tengan su mirada fija en Cristo y así puedan seguirlo y no ocurra que perdiéndose pierdan con ellos a otros para siempre.

¡Santo Adviento!

P. Justo Antonio Lofeudo