Comentario el mensaje del 25 de octubre de 2.014

“Queridos hijos, orad en este tiempo de gracia y pedid la intercesión de todos los santos que ya están en la luz. Que ellos sean un ejemplo y un estímulo día tras día en el camino de vuestra conversión. Hijitos, sed conscientes de que vuestra vida es breve y pasajera. Por eso anhelad la eternidad y preparad vuestros corazones en la oración. Yo estoy con vosotros e intercedo ante mi Hijo por cada uno de vosotros, especialmente por aquellos que se han consagrado a mí y a mi Hijo. ¡Gracias queridos hijos míos por haber respondido a mi llamada!”

“El fin de todas las cosas está cercano. Sed, pues, sensatos y daos con seriedad a la oración. Ante todo, amaos profundamente unos a otros, pues el amor cubre multitud de pecados” (1Pe, 7-8). ¿Pensamos que nuestra vida va a durar para siempre? Nuestra vida es pasajera, dura un instante. Nos preocupamos por tantas cosas irrelevantes. A menudo, descuidamos la más importante de todas: Dios. No tenemos demasiado tiempo para dejarnos convertir por la palabra, el tiempo es breve como nuestras vidas. Por eso nuestros corazones deben buscar con prontitud unirse al autor de la vida. Dios nos acompaña en cada acontecimiento de nuestra historia, no nos abandona nunca. Somos nosotros quienes le olvidamos y lo sustituimos por “nuestras cosas”: el dinero, conseguir la última novedad tecnológica, el coche más increíble, la casa más grande, vivir la aventura más sensual, una afición, una persona o grupo de personas (…) todo cosas pasajeras, caducas. Lo que es realmente fundamental es el amor de Dios. No podemos caer en la idolatría y sustituir a Dios por dioses pequeños. No podemos buscar sustitutos a Dios, no podemos esconderlo o escondernos de Él. Únicamente si oramos, si estamos en relación con el Dios de la vida podemos romper con nuestros ídolos. La idolatría es una tentación siempre presente en nuestras vidas como lo fue en el pueblo de Israel. La oración es una preparación para unirnos a Dios, es la medicina que nos aleja del pecado, de la idolatría. Es una preparación para la eternidad. “A mi parecer no es otra cosa oración sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”. (Santa Teresa de Jesús). Realmente Dios es nuestro Padre y amigo, con un amigo se habla cada día, frecuentemente. No tenemos un amigo con el que nunca hablemos. Y, claro, la consecuencia de esa relación es el amor a los hermanos, la presencia de Dios tiene como consecuencia encontrarlo en los hermanos. Es como la Santa Misa que no se acaba nunca, se prolonga en la vida. Esa prolongación de la Misa y del amor de Dios lo da la oración. Nuestra vida es breve, el fin está cercano, debemos encontrarnos con el Señor ahora para la eternidad, ahora para que nuestra vida sea para siempre. ¡Estemos, pues, con Aquel que sabemos nos ama y amémoslo! No dejemos pasar más tiempo. No podemos postergar más nuestra conversión, puede llamarnos hoy el Señor. “Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo; sólo el Padre” (Mt. 24, 36). Por eso es necesario estar siempre atentos, siempre preparados. “Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (Mt. 24, 42). No hay excusas, no podremos decir que no lo sabíamos. El Señor nos lo ha advertido, no para vivir con miedo, para vivir en oración, junto a Él. Viviendo de esta forma no podemos temer a la muerte. “Oh muerte, yo no sé quién puede temerte, ya que por ti, la vida se abre para nosotros” (San Pío de Pietrelcina).

“Al ver tanta gente, sintió compasión de ellos, porque estaban vejados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor” (Mt. 9, 36). Cristo se compadece de la gente. Nosotros, a menudo, tenemos el corazón tan duro que no pensamos en nadie, solo en nosotros mismos. Nos acabamos creyendo el centro del mundo y no nos damos cuenta de que nada quedará de nosotros, nada salvo el amor. Tener compasión significa sufrir con el hermano, saber ponerse en su lugar, tener empatía dirán los psicólogos. Cristo siente compasión y actúa. Nosotros ¿hacemos lo mismo? Nos dejamos dominar por el egoísmo, por nuestros miedos. Egoísmo que nos hacer no mirar, no sentir, pensar en nuestras pobres vidas. Miedo a lo diferente, a no perder nuestro estatus, a la crítica. Ser cristiano significa abandonarse en el Señor. “Los que hacen profesión de pertenecer a Cristo se distinguen por sus obras” (San Ignacio de Antioquía). Las obras son fruto del amor, de la oración del estar ‘con Cristo, con Él y en Él’. Si no damos ejemplo sirviendo a los pobres, a los enfermos, a los que pasan por cualquier sufrimiento, ¿qué hacemos? La Gospa hace referencia continua a la oración y, como consecuencia, a la acción, al testimonio de nuestras vidas. La Eucaristía, la lectura de la palabra de Dios, el ayuno, el rezo del santo Rosario, la confesión, todo nos lleva a ser testimonios de la luz del Señor. ¡Como lo fueron los santos! “Nosotros predicamos a un Dios bueno, comprensivo, generoso y compasivo. Pero, ¿lo predicamos también a través de nuestras actitudes? Si queremos ser coherentes con lo que decimos, todos deben poder ver esa bondad, ese perdón y esa comprensión en nosotros”. (Madre Teresa de Calcuta).

¡Que la Gospa nos ayude a ser personas de oración amorosa!

P. Ferran J. Carbonell