1/4/2017 – Homilía del arzobispo Hoser, Enviado Especial de la Santa Sede. Medjugorje, 1 de abril de 2017

Queridos hermanos y hermanas:

Hablaré en esta ocasión en francés, perdónenme porque no he aprendido aún la queridísima lengua croata.

Estamos entorno al altar del Señor en el quinto domingo de la Cuaresma, tenemos dos semanas entorno a la Pascua, dentro de una será el Domingo de Ramos; la otra, la semana después de la Semana Santa, celebraremos la fiesta cristiana más grande; la fiesta cristiana más grande es la fiesta de Pascua, la fiesta de la Resurrección.

Las lecturas de la Palabra de Dios de hoy hablan precisamente de la Resurrección y muestran tres perspectivas, tres modos de ver la Resurrección:

La primera perspectiva, el primer punto de vista es la histórica, sabemos que Jesucristo es hijo del hombre e hijo de Dios y ha vivido sobre esta tierra, en la tierra santa de Palestina, sabemos que ha sido pre-anunciado por los profetas, como lo hizo el profeta Ezequiel que le anunció, él transmite la Palabra de Dios y dice: “yo abro vuestros sepulcros y os hago salir de vuestras tumbas” y después repite: “Abro vuestros sepulcros y os haré salir de vuestras tumbas”, ésta es la profecía, él anuncia la venida del Mesías. Nosotros sabemos que Jesús ha muerto y resucitado y éste es el fundamento de nuestra fe, sin este fundamento de la Resurrección nuestra fe estaría vacía.

La segunda perspectiva, perspectiva litúrgica, es el camino de la Cuaresma, durante cuarenta días hemos rezado y rezamos aún; hemos ayunado y ayunamos todavía; nos hemos vuelto más generosos hacia el mundo y hacia los hermanos y lo seguimos siendo aún.

Este espíritu de Cuaresma es bien conocido aquí. Este camino litúrgico es el camino de preparación que nos muestra la tercera perspectiva. La perspectiva de nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros, nosotros  vivimos para la Resurrección, caminamos hacia la Resurrección, nosotros pasamos por la muerte para resurgir, para resucitar, el objetivo final de nuestra vida es la Resurrección. Sobre este camino debemos resucitar, ya como un anticipo pensando en esta perspectiva final, la resurrección parcial es nuestra conversión. Jesús ha dicho y Jesús nos repite, “el cuerpo morirá” pero Él se refiere también a la muerte del alma porque la muerte del alma es algo muy grave, y este peligro de la muerte del alma es algo muy grave porque nosotros podríamos morir para la eternidad, para siempre, por eso en todas las ocasiones cuando nos convertimos retornamos a Dios que es la vida y la vida eterna. Él es la vida eterna, nos volvemos siempre a Él y nos redirigimos hacia Él porque Dios es el Amor, el amor misericordioso nos da la paz interior, la alegría de vivir.

Pero hay dos condiciones: la primera condición es la fe, antes de hacer milagros, Jesús ha pedido la fe: “¿tú crees que Yo puedo hacerlo? Sí, Señor, yo creo, lo creo firmemente, lo creo de verdad”. Esta fe abre nuestro corazón para la conversión y esta apertura del corazón viene por medio de la confesión, de la misericordia, del sacramento de la reconciliación. Nuestro corazón se abre, se purifica y se llena del Espíritu Santo, se llena con la Santísima Trinidad, Cristo nos lo confirma en el Libro del Apocalipsis cuando dice que está llamando a la puerta de nuestro corazón. La Santísima Trinidad mora dentro de nosotros y nosotros nos convertimos en el templo de Dios, templo de la Santísima Trinidad, el santuario de Dios.

Deseo volver a retomar la perspectiva histórica. En los días que nos esperan, vamos a leer en el Evangelio que los enemigos de Jesús están lanzando sus redes alrededor de Jesús, amenazando a Jesús cada día más. Él lo sabe y Él es consciente de esto. Y Él sabe algo que sus discípulos y apóstoles no saben.  Si hay alguien que lo sigue y lo sigue en el camino de su Pasión, es su Madre, la Santísima Virgen María, Ella está junto a Él, sufre con Él, siente su impotencia. San Juan Pablo II ha dicho que ésta era una fe difícil, a menudo la llamamos la Virgen de los Siete Dolores, la Virgen Dolorosa. En su vida Ella ha vivido el sufrimiento y el dolor. Su sufrimiento y su dolor crecen junto al sufrimiento de Cristo hasta el pie de la Cruz. Cuando hacemos el Via Crucis, en la oración de la Cuarta Estación, vemos como María se encuentra con su Hijo llevando la Cruz. En el Evangelio se nos dice que Ella fue testigo de su terrible muerte en la Cruz. Cogió entre sus brazos este cuerpo torturado, casi destruido de su Hijo, masacrado. La tradición cristiana nos dice que la Virgen se encontró con Jesús resucitado antes que María Magdalena.

En la perspectiva de cada uno de nosotros, en la perspectiva de la Resurrección, Ella está aquí, Ella nos acompaña, nos sigue, participa de nuestro sufrimiento, de nuestra “pasión”, de nuestro dolor si vivimos este sufrimiento bajo la perspectiva de Cristo. Ella nos ayuda a salvarnos y nos ayuda a llegar a la conversión y nosotros debemos volver a sentir esta presencia espiritual, sobre todo aquí, en la que llamamos Reina de la Paz. En las Letanías de la Beata Virgen María hay doce invocaciones como Reina, la invocación como Reina de la Paz está al final, María es la Reina. Cuando contemplamos los misterios gloriosos del Rosario, la contemplamos a Ella como Reina del Cielo y de la Tierra, meditamos  en los misterios gloriosos su coronación como Reina del Cielo y de la Tierra. Ella participa en todas las características del Reino de su Hijo, de Aquel que fue el Creador del Cielo y de la Tierra, su Reino es Universal. Y la Madre de Dios está para todos y por todo ello ha permitido ser venerada como Beata Virgen María. Agradezcámosle su constante presencia junto a cada uno de nosotros. La Reina de la Paz es el fruto de la conversión, Ella introduce la paz en nuestro corazón y por medio de esto nos convertimos en hombres pacíficos, tranquilos en nuestras familias, en nuestra sociedad y en nuestros países.

La paz está amenazada en el mundo entero. El Santo Padre Francisco ha dicho que la Tercera Guerra Mundial en ciertos lugares está ya presente. Las guerras más terribles son las guerras civiles que se producen entre las gentes del mismo país. Queridos hermanos y hermanas, yo he vivido unos veintiún años en Ruanda, en África; en 1982, Ella se apareció como la Beata Virgen María y la Virgen predijo el genocidio en Ruanda, lo dijo diez años antes, las personas en aquella época no comprendieron nada de su mensaje sobre el genocidio: fueron asesinadas, en tres meses, un millón de personas. Las apariciones de la Beata Virgen María en Ruanda ya han sido reconocidas y Ella ha sido reconocida así como se ha presentado, como Madre de la Palabra Eterna.

En esta perspectiva de falta de paz, la veneración de la Virgen tan intensa aquí es muy importante para el mundo entero, recemos por la paz porque las fuerzas destructivas hoy son inmensas, crecen continuamente, la familia se deshace, la sociedad se deshace, los países… tenemos necesidad de la intervención del Cielo y la presencia de la Beata Virgen María es una de estas intervenciones, de las iniciativas de Dios, por eso quiero animaros, exhortaros como Enviado Especial del Santo Padre (aplausos): ¡difundir en todo el mundo la paz para la conversión de los corazones!.

El milagro más grande de Medjugorje son las confesiones, el sacramento de la Reconciliación, del perdón y de la misericordia. Este es el sacramento de la Resurrección y yo les agradezco a todos los sacerdotes que vienen a confesar aquí. Hoy he visto aquí más de cincuenta sacerdotes para confesar, al servicio del pueblo de Dios. He trabajado tantos años en los países occidentales, en Bélgica, en Francia… y puedo decir que la confesión ha desaparecido, la confesión personal ya no existe, solo algún caso raro aquí y allá… el mundo se seca, el corazón se cierra y el mal se multiplica, los conflictos se multiplican.

Busquemos ser apóstoles de la Buena Nueva, de la conversión y de la paz en el mundo. Aquí he escuchado estas palabras: “los no creyentes son aquellos que no han experimentado aún el Amor de Dios”. Aquellos a los que ha tocado el amor de Dios, la misericordia de Dios, no pueden resistirse a este don, una vez tocados por este amor de Dios. Pero nosotros, ahora, estaremos junto a aquellos que salvan la vida, nosotros seremos testigos de aquellos que salvan el mundo. Los franciscanos me han dicho que aquí vienen personas de cerca de ochenta países del mundo, esto confirma que esta invitación se ha difundido hasta los confines del mundo, como dijo Cristo cuando envió a sus apóstoles: “id hasta los confines de la Tierra”.

¡Sed testigos del amor de Cristo, del amor de su Madre, del amor de la Iglesia!.

El Señor les fortalezca y les bendiga.

MONS. HENRYK HOSER

TRADUCCIÓN: FUNDACIÓN CENTRO MEDJUGORJE