25/4/2018 – Ser sacerdote está de +

Tercer aniversario sacerdotal

Hoy estoy cumpliendo mi tercer aniversario de sacerdote o de cura, como lo quieras llamar. Cuando era niño, si había algo que nunca me hubiera imaginado es que iba a ser sacerdote. De niño me podía proyectar y me veía como jugador de fútbol, como la gran mayoría de los niños uruguayos, ya en la adolescencia me veía como un hombre de negocios casado y con hijos, pero si había algo que no me esperaba era lo que pasaría después.

En una peregrinación a Medjugorje, que no se ni cómo llegue ahí, me encontré con el amor de la Virgen y ese episodio cambió mi corazón. Si hay algo que puedo afirmar es que en esa época estaba muy mal, con un gran vacío en el corazón, andaba por la vida sin rumbo, me costaba mucho todo porque no encontraba sentido a nada. Ese encuentro con la Virgen me llevó a conocer a Jesús y después de ese momento nada fue igual. ¡Mi vida cambió para siempre!

Pasé de tener un vacío enorme en mi interior a encontrarle sentido a la vida, pasé de ser un joven triste a tener una gran alegría y muchas ganas de vivir. Obviamente que todo esto no se dio de un día para el otro, sino que me llevó un proceso de algunos años. Pero todo eso que viví fue porque Jesús irrumpió en mi vida y me cambió el corazón y lo hizo por medio de la Virgen.

Después de un tiempo pensé que estaba quedando medio loco, ya que en un momento dado de mi vida sentí en mi corazón que Dios me estaba llamando a ser cura. Enseguida me dije: “¿Yo cura? ¿Jesús vos estás bien? ¿Yo cura? ¡Si vos sabes que los curas no me caen bien!”. Ante ese sentimiento que se metió en mi corazón y el “miedo” que sentía a que Jesús me llame a ser cura salí corriendo e hice todo lo contrario. Seguí saliendo con mis amigos, salíamos de noche, la pasábamos bien, etc. Pero algo en mi interior no estaba del todo bien, ya que seguía experimentado ese llamado a ser cura y no quería responder a esa invitación. Después de pelear con Jesús algún tiempo, le dije que sí y entré al seminario, aunque siempre estaba en mi corazón el pensamiento de que Jesús se estaba equivocando. Me decía: “¿Cómo me va a elegir a mi que soy un desastre? ¿Hay tantos muchachos en la vuelta que tienen tantas virtudes y vos me elegís a mi? ¡Yo voy pero vos te haces cargo!” Y así fue que ingresé al seminario.

Fueron muchos años de formación y de estudio. En esos años fui puliendo mi carácter, me conocí más a mí mismo y me dediqué a rezar más y a ver qué era lo que Jesús, por intercesión de la Virgen, quería para mi vida. Después de un tiempo de búsqueda y de oración llegó la etapa de la ordenación sacerdotal y desde ese momento un profundo cambio en mi vida.

Luego de mi ordenación sacerdotal, cuando llegué a la Parroquia, lo primero que hice fue consagrarle mi sacerdocio a la Santísima Virgen y le dije que no quería hacer nada sin ella. Como dice San Luis María Grignon de Montfort, me hice un “esclavo de María”.

Después empezaron los sacramentos y ahí empecé a disfrutar de ver la gracia de Dios como se derrama en las personas. Es una experiencia increíble administrar el sacramento de la confesión y poder ver como llega alguien tan triste a causa del pecado y ver como Jesús lo transforma luego de la absolución y se va alegre. Que les puedo contar de celebrar la Misa: ¡es lo máximo! Es el regalo más grande y más hermoso. Todos los días espero con ansías el momento de la Santa Misa para poder celebrarla. En mi vida he vivido muchas cosas lindas, muchas emociones y muchos regalos, pero les aseguro que nada se compara con celebrar la Santa Misa.

Si hay algo que no me imaginaba era que iba a ser sacerdote, pero estoy completamente convencido que fue lo mejor que me pasó en la vida. No tengo palabras para agradecerle a la Virgen todo el amor que me dio y como me llevó de la mano al amor de su Hijo Jesús. Jesús es el centro de mi vida, lo amo con locura y no quiero apartarme nunca de su amor. Cada día estoy más convencido que ser cura está de más y que si bien quería ser jugador de fútbol, no se compara con ser cura. Además estoy gordito y no puedo correr ni un bus, así que menos hubiera corrido una pelota, pero esto que se siente celebrando la Santa Misa no tiene comparación con nada de todo lo que había soñado. ¡Gracias Señor por esta vocación tan hermosa que me regalaste! ¡Gracias Madre por haberme llevado de la mano a conocer a Jesús!

Me encomiendo a sus oraciones, no dejen de rezar por nosotros. ¡Los sacerdotes necesitamos de la oración de todos ustedes!

 

Pbro. Marcelo Marciano

Fuente: https://uncuraenlasredes.com

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