Comentario de Sor Emmanuel (en su “Direct” en francés del día 26) sobre el hermoso mensaje de la Gospa en el aniversario de sus apariciones el 25 de junio pasado

Mensaje del 25 de junio de 2020 (dado a la vidente Marija Pavlovic)

Queridos hijos: escucho sus súplicas y oraciones e intercedo por ustedes ante mi Hijo Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Hijitos, regresen a la oración, abran sus corazones en este tiempo de gracia y emprendan el camino de la conversión. Su vida es pasajera y sin Dios no tiene sentido. Por eso estoy con ustedes, para guiarlos hacia la santidad de la vida, para que cada uno descubra la alegría de vivir. Hijitos, los amo a todos y los bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!


Estamos con problemas hasta el cuello por las consecuencias de la pandemia, el tema de la vacuna, la mundialización, la economía, la política…  Tenemos realmente muchas preocupaciones, pero la Santísima Virgen nos dice que es un tiempo de gracia y nos pide que descubramos la alegría de vivir. Nosotros vemos lo terrenal, lo inmediato, pero Ella contempla el conjunto de lo que el Señor está obrando. ¡Y Él obra maravillas! María es un verdadero profeta.

Escucho sus súplicas y sus oraciones. Las súplicas y las oraciones deben ir de la mano. Hay quienes suplican, se lamentan, incluso gritan, y piensan que nadie los escucha. Aunque ellos no lo crean, Dios los escucha de todas formas. Suplicar, clamar, gritar no es ningún pecado. En la Biblia encontramos muchas personas que han gritado: Santa Isabel, cuando vio llegar a la Virgen, gritó de alegría; Jesús mismo gritó en la Cruz. Los gritos (clamores) son una forma de decir: ¿Por qué Señor? Jesús también dijo ¿por qué? en la Cruz. “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado”. Y cuando María y José fueron al Templo para recuperar a su Hijo exclamaron: ¿Por qué nos hiciste eso? No habían totalmente comprendido el porqué de su actitud. Está bien cuestionarse, así Dios responde. Debemos suplicar, sí, pero que nuestros gritos sean dirigidos a alguien, no al vacío. Gritar al vacío conduce a la desesperación.

También se puede gritar con rebelión, pero esto no es lo que nos pide la Santísima Virgen. Conozco a muchas personas que, siendo católicas e incluso practicantes, se rebelan contra Dios por el sufrimiento, las desgracias, las dificultades, las enfermedades, etc. El acusar a Dios no nos ayuda para nada; al contrario, nos hunde en las tinieblas. Tomemos el ejemplo de un padre que le dice a su niño de tres o cuatro años que no ponga los dedos en el enchufe porque es peligroso. Pero ni bien el padre se da vuelta, el pequeño se abalanza muy feliz hacia el enchufe con los dos deditos ya preparados, y en el intento de introducirlos recibe una descarga eléctrica. Luego, muy lastimado le recrimina al padre: ¿por qué me dejaste hacer eso? Es exactamente lo que nosotros hacemos con Dios que provee todo para nuestra felicidad en comunión con Él y para que vivamos en paz, pero despreciamos sus preceptos y mandamientos, y nos creemos más vivos que Él. Cuando nos sobreviene una desgracia lo acusamos a Él de no haber hecho nada para impedirlo. Es importante gritar y suplicar, pero que sea un grito dirigido a Dios. Y es a lo que María nos invita.

Jesús está presente en el Santísimo Sacramento y nos espera. Sé que en algunos países es difícil encontrar una iglesia abierta, pero tratemos de localizar una y hacernos tiempo para estar en oración con el Señor. Me ha causado un profundo dolor enterarme de que ahora que se han vuelto a abrir las iglesias, acude mucha menos gente que antes. ¡Y yo que pensaba que cuando las iglesias se reabrieran, todo el mundo se precipitaría!

Escuchen bien las palabras de Jesús a un monje irlandés: “Lo haré todo por aquel que venga a mí en el Sacramento de mi Amor, -es decir en el Santísimo Sacramento-. Mírame, estoy vulnerable, expuesto, escondido, y sin embargo enteramente entregado a ti. La Eucaristía es la invención de mi amor y no hay nada que la supere en mis obras, ni en la misma creación. Es la corona de mi obra de redención en este mundo y el anticipo de la gloria que preparé para quienes me aman. Si las almas comprendieran los tesoros de amor que se dan gratuitamente a quienes se acercan a mí en el sacramento de mi amor, las iglesias estarían llenas de día y de noche. Si tomáramos conciencia de cuánto el Señor nos ama y nos espera, las iglesias serían demasiado pequeñas para contener a las multitudes que se agolparían. El maligno es quien se las ingenió para cubrir el misterio de mi presencia con un oscuro velo de negligencia, de irreverencia, de olvido y de incredulidad. Oscureció el misterio de mi Presencia Real y mis fieles, comenzando por mis sacerdotes, se alejaron de mí unos tras otros, como lo hicieron mis discípulos cuando me presenté abiertamente como el Pan de Vida bajado del Cielo para dar la vida al mundo. (extraído del libro In sinu Iesu)

En la Misa, la Eucaristía, la adoración al Santísimo tenemos a Jesús en Presencia Real. Es una bendición que en algunos lugares se haya vuelto a celebrar la Santa Misa. Después de la celebración quedémonos en gran número adorando a Jesús en nuestros corazones.

Las iglesias deben llenarse si queremos obtener la victoria sobre la muerte, la enfermedad, los virus, las crisis, las carencias, el hambre, el odio, la violencia, la sangre derramada… La victoria solamente provendrá de Dios. ¿Quiénes somos nosotros para obtener la victoria? ¡Supliquemos y oremos!

María también intercede por nosotros. ¿Por qué su intercesión es tan poderosa? Porque tiene compasión, tiene verdadera compasión hacia sus hijos. Nuestra Madre ve cuántos de sus hijos sufren, cuántos se encuentran en situaciones casi inmanejables. Como Ella nos lo ha dicho, cuando piensen que no hay salida, queridos hijos, arrodíllense y oren; y en la oración encontrarán la solución. Es muy hermoso comprobar la intercesión de María. Un gran místico oriental, cuyo nombre no recuerdo, decía que interceder es derramar sangre. Cuando intercedemos por alguien estamos tan conmovidos por su dolor, por su problema, que sangramos interiormente; es lo que Jesús hizo y lo que hace María.

He aquí un ejemplo ilustrativo de la poderosa intercesión de María. Ya lo he contado en otras oportunidades, pero lo repito para quienes no lo hayan escuchado aún. El padre Steven, de los Estados Unidos, era un sacerdote que vivía como un pequeño príncipe. Con su lindo auto iba de visita en visita y de cena en cena a casa de sus amigos, etc. Sus ricos parroquianos lo proveían de todo y él se daba la buena vida (aunque no era “la buena vida”, sino la falsa vida). Pero un día, un accidente automovilístico lo proyecta ante el trono de Dios. Allí comprendió que le esperaba el Infierno. ¡El Infierno! Entonces escuchó el diálogo entre Jesús y María:
– Tiene lo que se merece, dijo Jesús.
– Hijo, si le diéramos una segunda oportunidad quizás cambiaría y se convertiría en un buen sacerdote.
– Madre, era sacerdote para él mismo y no para mí.
La Virgen insistió:
– Sí, pero una segunda oportunidad…
Entonces Jesús asintió:
– Madre, es tuyo.
Y el padre Steven volvió a la vida. Ahora es un santo sacerdote. “Madre, es tuyo”. Y así Ella salvó a este sacerdote del Infierno. María está siempre junto a sus hijos. Cierta vez dio un mensaje muy hermoso: Mi Hijo siempre me escucha. Y cuando no escucha la primera vez, escuchará la segunda, o la tercera, y María ganará la causa porque su Hijo la escucha siempre. ¡Esto es magnífico!

En otro pasaje de In Sine Iesu, María le dice al monje irlandés: “Dame todo lo que quisieras ofrecer a mi Hijo y a su Padre y lo estrecharé contra mi corazón para que sea purificado como oro en el fuego”. María estrecha contra su corazón todo lo que le damos. “Nada impuro puede resistir a la llama de amor que arde en mi corazón Inmaculado donde sólo habita el amor”. Si nos damos a María, si le entregamos nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras enfermedades, nuestros cuestionamientos, nuestro futuro, nuestro trabajo…, todo lo estrecha contra su corazón. “Entrégame tus debilidades, tus pecados del pasado, tus faltas cotidianas… Sólo le presentaré a mi Hijo el amor con el que deseas amarlo y junto con Él amar al Padre, a pesar de todas tus debilidades. Cuando veo a alguno de mis hijos desfigurado y sucio por el pecado, me siento movida a no juzgarlo sino a hacerle conocer la misericordia y a utilizar todos los medios a mi disposición para que se levante y se reponga enteramente de los estragos del pecado. Tantos hijos míos que luchan contra los tentáculos innumerables del pecado y contra los vicios perniciosos se encontrarían rápidamente liberados si tan sólo vinieran a mí con plena confianza filial, dejándome actuar según me inspire mi corazón maternal y misericordioso. No hay límites para la potencia de mi intercesión porque así me lo ha concedido el Padre”. El Padre Celestial le pidió que intercediera y Ella hace su trabajo, y lo hace a la perfección. ¡Porque tan sólo desea la salvación de todos sus hijos!

“Nunca se equivocarán recurriendo a mí por grande que sea la complejidad del problema y la fealdad del pecado. Soy la Servidora de la Divina Misericordia, el Refugio de los pecadores y la Madre de todos los que luchan contra las fuerzas del mal. Yo también puedo decir las palabras de consuelo pronunciadas por mi Hijo: Vengan a mí y obtendrán descanso”. Por lo tanto, ¡vengan a mí!

Ésta es María. Cuando nos dice intercedo por ustedes, quiere que le entreguemos nuestras preocupaciones, nuestras debilidades, nuestros pecados para estrecharlos contra su corazón. Por medio de su intervención todo resurgirá transformado, y cuando se lo entregue a Jesús tendrá perfume de Cielo.

Intercedo por ustedes ante mi Hijo Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Hoy muchos otros caminos nos son propuestos, existe una confusión total sobre la verdad, y en cuanto a la vida tantas veces se elige suprimirla. Por esto está bien recordar que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida. Hoy al igual que ayer y como siempre lo será.

Regresen a la oración, hijitos. En este punto sí que sentí vergüenza; vergüenza porque hace 39 años que nos viene repitiendo lo mismo. Y hoy nos vuelve a decir oren, oren, oren (mensaje a la vidente Ivanka) y regresen… Esto quiere decir que hemos abandonado la oración. Cuando uno regresa es porque antes se fue. Nos habíamos ido y debemos volver. Después de 39 años, queridos hermanos y hermanas, tenemos que tomarnos la oración en serio. Regresen a la oración. Cada día dediquémosle tiempo a la oración. Decimos que tenemos muchas otras cosas que hacer, que no sabemos cómo orar… El Maligno encuentra todas las excusas del mundo para impedir que recemos, porque la oración justamente es el medio para vencerlo y para unirnos a Dios, que es el propósito de nuestra vida. La meta de nuestra vida es la de unirnos a Dios por toda la eternidad, y esto comienza aquí en la Tierra.

Jesús le dijo a Santa Catalina de Siena: “Hazte recipiente y me haré torrente”. Hacerse recipiente es simplemente abrir el vacío de nuestro corazón. Si no sabemos qué decir, he aquí una buena preparación para la oración: “Señor te entrego mi vacío, hazte torrente”. Nuestro vacío es enorme porque estamos hechos para contener a Dios. “Hazte recipiente y me haré torrente”, y será entonces como las cataratas del Niágara… Pero para eso tenemos que ponernos en oración y ofrecerle a Dios lo que somos, tal cual somos.

¿Y si yo soy el mayor de los criminales, el peor de los satanistas, qué hago? Lo mismo. Porque hemos sido creados a imagen de Dios y llevamos en nosotros su marca. Sin la oración nos perdemos lo esencial de la vida, y nos ponemos en situación de peligro. En la oración, queridos hijos, encontrarán la mayor alegría. La oración es la felicidad del corazón del hombre.

Abran sus corazones en este tiempo de gracia ¡Esto es extraordinario! Es sorprendente que la Virgen María, sabiendo que estamos en un tiempo de dificultad, un tiempo de gran miedo, un tiempo en que todos se preguntan cómo será el futuro… nos diga: que es un tiempo de gracia. Sí, todavía no es el tiempo de la justicia, sino el tiempo de la gracia. Ella nos lo ha dicho muchas veces. Queridos hijos, no saben sacar provecho de este tiempo de gracia. 

Muy frecuentemente recibo testimonios de personas que han recibido gracias extraordinarias.  Parecería que cuanto más densas son las tinieblas que cubren al mundo, más abundantes son las gracias. Feliz culpa que nos valió tal Salvador. Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. 

Emprendan el camino de la conversión. Es decir, hoy me voy a preguntar en qué podría cambiar, en qué podría mejorar, cómo podría orar mejor, cómo podría amar mejor, cómo podría perdonar mejor, cómo podría hacer mi trabajo con amor en lugar de refunfuñar, cómo podría contener mis críticas, mis palabras negativas, mis juicios… Tenemos mil ocasiones para convertirnos; sólo tenemos que decidirnos. La decisión es la que sirve de bisagra entre el hacer y el no hacer. Y la Madre de Dios es una mujer decidida. Cuando tiene algo en mente va en serio… y lo que tiene en la mente también lo tiene en el corazón.

Caminemos por la senda de la conversión y escuchemos lo que Jesús dice en el Evangelio, lo que María dice en sus mensajes. Ella nos lo ha explicado todo de A a Z. ¡Simple y claro como agua de roca!

Los invito a descubrir a los místicos, si no los conocen. El Papa Juan Pablo II nos pidió que los leyéramos. Tengo la impresión de que vivimos sólo a un 10% (y soy muy generosa) de todo nuestro potencial de santidad porque estamos dispersos en miles de otras cosas… Inspirémonos en los místicos, ya sea Juan de la Cruz, Catalina de Siena, Teresa de Ávila, santa Teresita, Francisco de Sales, Bernardo de Claraval. Cuando lean a estos extraordinarios santos pensarán ‘¡yo también estoy hecho para esto! Hasta ahora no había comprendido el sentido de mi vida. ¡Es extraordinario lo que el Señor es capaz de hacer en mí! Me puede transformar en esa persona santa con la que Él sueña desde siempre’. Los místicos son aquellos que volverán a infundirnos la esperanza, que nos volverán a dar la impronta de hijos de Dios para la Luz. Somos hijos de Dios para llevar luz, en lugar de vegetar, de estar en la tibieza… ¡Manos a la obra!

Leamos a los santos, leamos a los místicos y volveremos a nacer. Y hoy en día tenemos necesidad de renacer. Nuestra vida actual es difícil y creo poder decir sin temor a equivocarme, que tendremos que olvidar completamente lo que vivíamos hace cuatro meses. Ha habido en el mundo un giro dramático y no vale la pena mirar hacia atrás ni retomar nuestras antiguas costumbres y nuestros viejos puntos de apoyo. La Virgen nos dijo que hemos elegido un camino equivocado a causa del pecado que el mundo ha llegado a glorificar. Satanás reina, como lo dijo María, y el pecado también está reinando. Cosechamos lo que sembramos, pero no siempre los que cosechan son los que han sembrado, porque somos un cuerpo, somos la humanidad unida también en Dios.

El pasado no volverá y tenemos que organizarnos para el futuro, con sus probables nuevas pruebas, pero en las pruebas la Virgen nos habla de la alegría de vivir. Es un tiempo de gracia, donde finalmente podremos gustar la alegría de lo sobrenatural. La Paz no es un sentimiento, es un don del Espíritu Santo. La alegría no es un sentimiento, es una decisión de vivir con Dios, de unirnos a Dios. Y el amor tampoco es un sentimiento, es una decisión de hacer el bien, no importa cuál fuere el sentimiento. Si el sentimiento acompaña mejor, pero no es completamente necesario.

La Virgen nos lleva a realidades con las que soñamos. Felizmente Ella está con nosotros para ayudarnos a levantar vuelo, porque estamos bastante estancados.

En este mensaje también nos dice cosas muy fuertes. Su vida es pasajera. Toda la Biblia, especialmente los Salmos y los Profetas, nos habla de que nuestra vida es pasajera. Es un paseo de corta duración, como la flor del campo que se abre a la mañana y se marchita por la noche. Así de efímera es nuestra vida. A quien había amasado en sus graneros y luego podía descansar y disfrutar de la vida, el Señor le dijo: insensato, esta misma noche serás llevado ¿y tus bienes a quienes irán…? 

Queridos hijos, sin Di. os su vida no tiene sentido. Este es plato fuerte del mensaje. Llevamos la marca del Creador. Fuimos creados a imagen y semejanza suya, y nuestra sed de Él es infinita. Nuestro Creador ha dispuesto en nosotros un gran espacio donde poder alojarse. Somos los tabernáculos del Dios vivo. Él es nuestro origen y al mismo tiempo nuestro destino. Pero si no nos conectamos con nuestro origen, ¿cómo podremos encaminarnos hacia nuestro destino? Recuerdo que hace tiempo alguien escribió en una pared: “Dios está muerto”. Firmado Nietzsche. Al día siguiente, apareció otra frase: “Nietzsche está muerto”. Firmado Dios. Y luego otra que decía: “Si tu Dios está muerto, toma el mío porque Él resucitó”. ¡Cómo me gustan estas frases!

María quiere conducirnos a la santidad de la vida. Leamos a los místicos y veremos que la santidad es el deseo del corazón del hombre. Sin la santidad, queridos hijos, no pueden vivir. Esto no lo dice a los sacerdotes, a los religiosos, sino a todos; la santidad debe reinar en las familias.

Y termina diciendo: para que cada uno descubra la alegría de vivir. Ella nos habla de la alegría de vivir y nos la da. Aferrémonos a María, orémosle a María, démosle todo lo que tenemos, así como está, lo sucio y lo limpio; pongamos todo en su regazo, en su Corazón Inmaculado. Ella lo presentará a Jesús y gustaremos la alegría de vivir, porque Ella, a pesar de todos sus sufrimientos gozaba de alegría y paz, lo superaba todo porque tenía a Dios en su corazón y ofrecía todo al Señor.

Los amo a todos, hijitos. La Virgen ama a los buenos y a los malos. Si tuviera la oportunidad de hablar con algún satanista, yo le diría: ‘Dios te ama, María te ama, y si miras bien adentro de tu corazón, más allá del odio que quizás te motiva a actuar y que te obsesiona, verás que experimentas una sed de amor, de infinito. Siéntate y piensa en tu futuro, en tu destino final, porque en un año, en diez años, en cincuenta o en sesenta, probablemente estarás bajo tierra en una tumba. Piensa en lo que quieres para tu futuro eterno’. Fuimos creados para la unión con Dios y ése es nuestro destino, nuestra felicidad. Y es lo que María sueña para cada uno de nosotros.

Los bendigo con mi bendición maternal. Esto me recuerda el episodio relatado por algunos místicos: cuando Jesús se despide de su Madre antes de su Pasión, le cuenta lo que está por suceder y sobre todo le pide su bendición maternal. Y María, la Madre, lo bendice. Después Ella le dice: ‘Hijo, bendíceme’. Imaginemos la escena de esa unión mística entre esos dos corazones inmaculados, perfectos, llenos de amor.

Ahora María nos bendice de la misma manera que ha bendecido a su Hijo. Mi bendición maternal, la que le di a mi Hijo Jesús, se la doy a cada uno de ustedes.

Justo en el momento en que estoy escribiendo estas palabras, la Virgen está por aparecer en Medjugorje así que me voy a detener. Unámonos para recibir su bendición, que seamos buenos o malos; todos la recibiremos porque Ella nos ama infinita e indistintamente.