Testimonio de Daniel Arasa – Presidente del Gec

Medjugorje, una explosión de espiritualidad de la mano de la Virgen.

En muchas zonas de la antigua Yugoslavia están aún abiertas las heridas de una cruel guerra civil que enfrentó a todos contra todos y que dinamitó el país. Los huérfanos de guerra todavía se cuentan por decenas de millares y en los medios de comunicación de todo el mundo son referencias habituales conflictos como el de Kosovo, las detenciones y juicios de presuntos responsables de crímenes contra la humanidad o la exhumación de víctimas de brutales masacres. Desde hace casi tres décadas, en un pequeño pueblo de aquel territorio de los Balcanes torturado por la historia antigua y reciente, la Virgen, con la advocación de Reina de la Paz, marca su huella, vierte dones a raudales, abre un sendero más para la salvación de la Humanidad.

El nombre croata de la población en la que tanto actúa la Virgen resulta un tanto difícil de pronunciar para los de hablantes de idiomas latinos o germánicos. Medjugorje, un pueblecito insignificante hasta hace pocos años, se ha convertido en un punto de ignición, de explosión, de renovación de la vida cristiana para cientos de miles de personas. Y su número crece de año en año.

La historia mariana de Medjugorje es insólita incluso respecto a otras manifestaciones de la Virgen. Allí se apareció por vez primera a seis niños el 24 de junio de 1981, lo ha ido haciendo a partir de entonces y sigue todos los días, ¡sí, todos los días!, y una vez al mes da mensajes al mundo a través de ellos. No están, por tanto, terminadas las apariciones y queda por revelar algún “secreto”.

Aceptar apariciones de la Virgen cuesta incluso a creyentes fervorosos, que no por ello son crédulos. Para un católico no es materia fundamental creer en apariciones de la Virgen, ni siquiera las de base tan consolidada como las de Lourdes o Fátima. En el caso en cuestión puede costar más aún aceptarlo, por la continuidad a lo largo de años, por realizarse de forma permanente, diaria y a una misma hora (las 6:40 de la tarde) a unas personas concretas sin ceñirse a un lugar determinado.

No sé si se aparece la Virgen todos los días como aseguran los videntes. Ni si son ciertos o simples efectos ópticos algunos prodigios en el sol que muchos creen ver pero los observatorios astronómicos no detectan. Ni si pueden reconocerse como realidad sobrenatural varios efectos anómalos en el mundo físico, incluido el goteo permanente de la rodilla de una gran imagen de Cristo resucitado. Pero es que todo ello carece de importancia. Lo que sí es seguro, al menos lo creo así, es que aquello es de Dios. En una Europa escéptica en que lo divino ha desaparecido de la vida de millones de personas, que, en palabras del Papa, han caído en una “apostasía silenciosa”, cada día en Medjugorje varios miles de peregrinos de todo el continente acuden al sacramento de la reconciliación, miles y miles rezan rosarios y adoran al Santísimo Sacramento con gran devoción, veneran la cruz de Cristo, imploran a la Virgen, realizan ayunos. Bastantes incluso realizan duros sacrificios físicos por amor a Dios. Se respetan con toda precisión las normas litúrgicas, se ama y obedece al Papa y los obispos, y la doctrina es la de la Iglesia, la “de siempre” en las creencias básicas. Los frutos espirituales son enormes y se palpan.

Aquel río caudaloso de fieles acude sin que la Iglesia haya dado aún una aprobación “oficial” de las apariciones, lo que implica que ni obispados, ni parroquias, ni obispos o sacerdotes, ni cualquier otra organización institucional, pueden organizar peregrinaciones, las cuales sólo surgen a nivel privado o de entidades no eclesiásticas y en base al boca-oído.

Es cierto que la Iglesia tampoco impide ni desaconseja que los fieles acudan a rezar a Medjugorje. Pero es muy sabia y antes de pronunciarse sobre la sobre naturalidad de unos hechos deja transcurrir largo tiempo, analiza con lupa todo lo acontecido, adopta una posición distante y en algunos casos incluso hostil como en este caso el obispo de Mostar, en cuya diócesis se encuentra Medjugorje. En su día la Iglesia se definirá. Baste recordar que sobre Lourdes lo hizo treinta años después de finalizar las apariciones. Y en el caso de Medjugorje aquéllas no se han dado por terminadas, por lo que el “expediente” ni siquiera se ha iniciado más allá de poder recoger documentación, ya que para abrirlo según lo estipulado canónicamente las apariciones deben haber terminado.

NADA QUE VER CON EL TURISMO

En la Europa occidental se ha generalizado la disminución de la práctica religiosa. Ocurre en los países católicos y en mayor grado aún en los protestantes. Sin embargo, aumenta de manera destacada la afluencia a los santuarios de la Virgen. Siguen siendo muchas las personas que desean rezar a la Madre, pero en la cuantificación del número de asistentes a los santuarios también hay que sumar el fenómeno turístico y la facilidad de las comunicaciones. Un buen porcentaje de los que acuden a santuarios lo hacen con una devoción ‘limitada’, aunque una vez allí muchos quizás recen y muy probablemente algo saquen para su vida espiritual.

Si tal consideración es válida para muchos santuarios marianos e iglesias, difícilmente es aplicable a Medjugorje. Está en las antípodas del turismo. En este rincón de Bosnia Herzegovina no muy lejano de la frontera croata quien viaje con finalidad puramente turística hallará pocos atractivos. El santuario ni siquiera es antiguo ni de especial belleza arquitectónica. Está construido con materiales sencillos. Cualquier ciudad media española tiene varios templos mucho mejores desde el punto de vista artístico o histórico. Medjugorje está en un valle entre montañas, pero ni son altas, ni bellas, ni escarpadas, ni por ellas discurren ríos caudalosos, ni se oye el rumor de los torrentes de limpias aguas. Es terreno seco. El paisaje no encandila. Ni siquiera atraen los bosques, porque más que pinares mediterráneos lo que cubre las colinas es el monte bajo, con matojos y zarzas. Tampoco el mar está cerca. Ni son atractivos los pueblos del entorno próximo, ni es zona rica que induzca al viaje de negocios, aunque hayan surgido en los últimos años hoteles y una infinidad de tiendecitas. Tampoco el lugar queda en las cercanías de grandes vías de comunicaciones.

Los turistas van provistos de máquina fotográfica como arma principal. El peregrino va armado con el rosario, como no dejan de recordar en Medjugorje. En las charlas y meditaciones que se dan a los grupos de peregrinos se prohíben fotos o filmaciones. Nada de publicidad ni de protagonismo personal. De lo que se trata es de conversión, de mejorar la vida espiritual. Las fotos podrán reservarse para las impresionantes celebraciones litúrgicas, las visiones globales de las largas colas de peregrinos que desean confesarse, o las panorámicas de miles de personas rezando con fervor a la Gospa Mayka (Madre Virgen, en croata).

En Medjugorje la Virgen ha propuesto “cinco piedrecitas” para mejorar en la vida cristiana: rezar el rosario “con el corazón”, ayuno los miércoles y viernes, asistencia a la eucaristía dominical, confesión mensual y lectura de la Biblia.

La Virgen no dice nada novedoso en este santuario, pero da un gran empujón para renovar la vida espiritual de un sinnúmero de personas. Sus frutos se detectan, se palpan. Y ha anunciado una primavera espiritual que superará la apatía de un mundo alejado de Dios.

Daniel Arasa – Presidente del GEC
arasa@ono.com

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