13/09/2011 – Un té con pastas con los amigos de la Virgen

Peregrinar es darle la oportunidad a Dios de demostrarte en pocos días lo que puede hacer en toda tu vida.

En pocos días de peregrinación puedes conocer grandes amigos que duren toda tu vida, porque te das cuenta de que compartes con ellos los más importante que hay en ella, y aunque no los veas en mucho tiempo, sabes que están muy muy cerca, porque rezan por ti, y tú por ellos, y no hay lazo más estrecho que el saberse en el corazón de Dios, en su Iglesia.

Hace tres años conocí a un grupo de amigos en una peregrinación a Medjugorje. Todos ellos se conocían ya, de hecho, tienen la afición de practicar el sano deporte de las peregrinaciones, en concreto a Lourdes. Acompañando a enfermos. Ojo. No llevándolos, sino acompañándolos y siendo acompañados por ellos.

De aquella peregrinación a Medjugorje surgió un grupito formado por todos ellos, que ya se conocían, y yo, que me subí a su carro. De vez en cuando quedamos para tomar un té con pastas, nombre con el que nos identificamos entre nosotros. La verdad es que el té que tomamos poco tiene de té, y las pastas, tampoco son pastas. Ellos tiran más hacia el gin tonic y yo a la cerveza bien fría. En lo que coincidimos es en el surtido de ibéricos y buen queso.

En esas reuniones compartimos todo tipo de conversaciones: del día a día, del trabajo, de las familias, de los exámenes, de los amigos… de todo un poco. Ponemos otro gin tonic, y seguimos hablando.

Compartimos entre todos una pequeña mochila virtual, en la que metemos las intenciones y necesidades de cada uno y nunca nos olvidamos de rezar por la mochila. No sabemos cuántas ni cuáles son esas intenciones, pero la mochila siempre está presente cuando rezamos.

En octubre emprenden con la Hospitalidad de Lourdes otra peregrinación, y este verano han hecho un video sobre alguna de esas, sus peregrinaciones con los compis, como llaman ellos a los enfermos que acompañan, que no llevan.

Con la Hospitalidad solo he coincidido una vez, en el convento de Iesu Communio, en La Aguilera. Fue un día de principios de verano, y fue uno de esos días en que vuelves a casa como si nada, pero que sabes que ha pasado algo.

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