Comentario del mensaje del 2 de Julio de 2009

“¡Queridos hijos! Yo os invito porque os necesito. Necesito corazones dispuestos al amor inconmensurable. Corazones que no estén apesadumbrados con lo vano. Corazones que estén dispuestos a amar como ha amado mi Hijo, que estén dispuestos a sacrificarse como se ha sacrificado mi Hijo. Os necesito. Para venir conmigo perdonaos vosotros mismos, perdonad a los demás y postraos ante mi Hijo. Adorad por los que no lo han conocido, que no lo aman. Por eso os necesito, por eso os llamo. Os doy las gracias. ”

Reflexiones acerca del mensaje

En los últimos tiempos notamos como dos niveles de mensajes, unos, los de cada 25 de mes, que son más universales exhortando a la conversión, otros, los de cada día 2, de mayor profundización y urgencia.

Uno de los motivos de la gran importancia que reviste este mensaje es que la Santísima Virgen no sólo nos llama sino que agrega un perentorio: “los necesito”. ¿Por qué tal necesidad? Porque ha llegado el momento de la gran batalla y, siendo ésta una guerra espiritual, el ejército de la Madre de Dios debe contar con bravos combatientes. La Madre llama a los hijos que estén dispuestos y prontos para dar todo de sí y para no medrar en sacrificios, hijos a quienes no los ocupe las cosas de este mundo que pasa sino que tengan su corazón puesto en Dios.

La Reina de la Paz te llama a ti, me llama a mí, para que otros se salven, y sin ti, sin mí no podrá hacer que les alcance a ellos la salvación porque esos otros no conocen a Dios, no lo aman y lo ignoran o lo desprecian.

Por ello mismo, la Santísima Virgen hace su apelación a quienes prestan atención a sus mensajes y los viven porque creen que son auténticos y que Ella misma está presente en estos tiempos.

Este mensaje de la Madre de Dios debe interpelarnos fuertemente, porque es un llamado a la luz de la verdad, a la que nos exponemos para ver si realmente somos esos hijos más cercanos dispuestos al amor y al sacrificio sin medidas por los demás, porque Ella nos lo pide.¿Me siento llamado? ¿Estoy dispuesto al sacrificio y a la total entrega?

Es comprensible que en muchos de nosotros se plantee el dilema de la aceptación total, porque es necesario primero el sí para que después comience el obrar de Dios en cada uno, a través de la Virgen. La duda es hija del miedo de “¿qué me irá a pedir Dios?”. Dios no te ha de pedir nada que antes no esté dispuesto a darte. Ésta tiene que ser nuestra confianza en Dios y en este llamado que la Santísima Virgen nos hace ahora.

Ahora bien, si estamos dispuestos a seguirla ¿cómo conseguir hacer lo que nos pide? La Santísima Virgen nos lo dice: abriendo el corazón, que para eso está viniendo, para que pueda derramar a raudales las gracias que Dios le ha dado para nosotros. Pero, prestemos atención, Ella nos dice que para seguirla debemos antes despojarnos de todo el pesado lastre que impide tal entrega y que no deja que la gracia penetre en nosotros. Por eso, su exhortación va dirigida a descargar las vanidades del mundo y ahondar en el camino de la humildad y a purificar además el corazón mediante el perdón. En una palabra: a aligerarnos para el combate.

“Para poder venir conmigo perdónense ustedes mismos, perdonen a los demás”

Nadie es santo porque no peca, puesto que esto sería imposible. Se empieza a ser santo cuando se pide y se experimenta el perdón de Dios y junto a ese perdón todo su amor. El perdón libera, tanto el perdón que se pide a Dios, y también al hermano, como el perdón que se da a quien nos ha ofendido.

Para poder seguir a la Virgen hay que dejar el peso de las culpas. Hay que perdonar para recibir el perdón de Dios que liberándonos trae la paz y alivia el corazón y lo abre a la gracia. Y también hay que perdonarse a sí mismo, cosa que no debe confundirse con autoindulgencia.

Jesús murió por todos y cada uno de nosotros, porque todos y cada uno es precioso ante sus ojos. Nosotros también debemos estar dispuestos a morir a nosotros mismos en todo lo que nos aparta de Dios, en el pecado primero y luego morir al mundo, a sus vanidades. En eso consiste el amor a la propia persona. Ese amor requiere una mirada severa sobre todo lo que ofenda a Dios para rechazarlo o para acudir prontamente a su misericordia en busca del perdón. Pero, luego, aquella vieja culpa ya perdonada no debemos dejar que nos aplaste. Por eso, la Santísima Virgen habla de perdonarse a sí mismo para llegar a amarse a uno mismo.

Se ama a sí mismo el que no está dispuesto a traicionar la verdad, el que es hasta capaz de renunciar a todo por no ofender a Dios y alejarse de su amor.

La renuncia no tiene valor en sí misma, también los budistas saben renunciar, la renuncia cobra su valor cuando es por el Reino de Dios, por amor a Cristo. Esa es una de las razones del pedido de ayuno que la Reina de la Paz hace en Medjugorje. Por medio del ayuno aprendemos a desprendernos de las cosas, a ser esenciales y a disciplinarnos para poder rechazar las vanidades.

La gran mística francesa Marthe Robin, fallecida en 1981 y en vías de ser beatificada, amó inmensamente, hasta sacrificar toda su vida por la salvación de otros. A propósito de dar testimonio y de interceder por los que no creen, decía lo siguiente: “Para los que no creen, que están perdidos, no sirven palabras. Necesitan virtudes que resplandezcan, que los ilumine, que los atraiga. Los ejemplos de una vida cercanísima a la santidad poseen una fuerza de seducción y de persuasión incomparable. Hay que ser un pequeño rayo en la tierra para ser una luz inmortal. Es necesario querer ser una lámpara en la Iglesia militante para volverse una estrella en la Iglesia triunfante”.

Y rezaba, ofreciéndose como hostia viva, tomando sobre sí el sufrimiento de todos diciendo: “Dame, Señor, dame sobre todo un amor ardiente y la llama necesaria para cumplir dignamente mi sublime misión de portadora de la luz y del calor. Que yo sea, sin parar, un pequeño brasero siempre ardiente”.

“póstrense en adoración ante mi Hijo. Adoren por los que no lo han conocido, por los que no lo aman”

El seguimiento a la Virgen es de adoración a su Hijo. Somos llamados a adorar a Dios en Cristo Jesús, confesando que Él es Dios y que la Eucaristía es la Persona de Cristo corporalmente presente, y somos llamados a adorarlo además en reparación por los que no lo aman y en lugar de los que no lo conocen[1].

Sí, este mensaje resulta perentorio. Hay una urgencia antes no manifestada, signo que entramos en un tiempo de grandes batallas espirituales. Por ello, la Madre de Dios lanza este llamado a quienes la quieran seguir. No va dirigido a todos sino a los que entiendan cuál es el tiempo que estamos viviendo y se animen a seguir a la Virgen, sin condiciones ni condicionamientos, al combate escatológico de la Mujer y su descendencia contra el Dragón y los suyos. Nuestras armas son un corazón purificado y la adoración al Señor.

P. Justo Antonio Lofeudo

www.mensajerosdelareinadelapaz.org

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[1] Ya que el Cielo lo enseñó, bueno es repetir ante el Santísimo –en reparación e intercesión- las palabras que el Ángel les dio a los pastorcitos de Fátima: “Dios mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no os aman”, y también “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra en reparación por todos los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María os ruego la conversión de los pobres pecadores”.