Comentario del mensaje del 25 de Marzo de 2013

“Queridos hijos, en este tiempo de gracia, os invito a tomar en vuestras manos la cruz de mi amado Hijo Jesús y a meditar acerca de su Pasión y Muerte. Que vuestros sufrimientos estén unidos a Su sufrimiento y así vencerá el amor, porque Él, que es el amor, por amor se dio a sí mismo para salvar a cada uno de vosotros. Orad, orad, orad hasta que el amor y la paz reinen en vuestros corazones. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

“Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn. 4, 16). Meditar acerca de la pasión y muerte del Señor es hacerlo sobre el amor que Él nos tiene. De la intimidad de Dios brota el amor que inunda nuestros corazones. Dios nos ha creado por y para su amor. Tenemos una vocación y esa es el amor, hacer presente a Dios amando a los demás. El ejemplo nos lo da Jesús amando incluso a los que lo hacen sufrir en la cruz. “Entonces en un exceso de alegría delirante, me dije: ¡Oh, Jesús, Amor mío… he encontrado por fin mi vocación, mi vocación es el amor!… ¡Sí, he encontrado mi puesto en la Iglesia y este puesto, ¡oh, Dios mío!, me lo habéis dado vos.. en el corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor… así lo seré todo… así se realizará mi sueño!” (Santa Teresa de Lisieux). Jesús nos ama a pesar de que no lo merecemos, su amor no tiene límite alguno. Estamos llamados a amar de la misma manera, sin límites, incluso a los enemigos: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos” (Lc 6, 35). Dios nos ama pese a que nosotros, con nuestro pecado, lo crucificamos cada día. Dios nos ha creado para hacerse presente a través de nuestro amor en el mundo. El pecado mayor es rechazar esa llamada. Miremos, contemplemos la cruz y dejemos que Cristo nos tome en sus brazos abiertos, en su costado atravesado por nuestros pecados. En la cruz encontramos nuestra resurrección. “Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen […] Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación, y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión” (CEC. 2331).

“Jesús cargó el peso de los pecados de toda la humanidad sobre Él” (1 Juan 2, 2). Carga nuestros pecados, los de todos. En la cruz podemos descansar y abandonarnos, en la cruz sabemos que está nuestra salvación. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar nuestras cruces? ¿Por qué nos revelamos ante el dolor? Nos pasamos el tiempo mirando la cruz y no nos atrevemos a sufrirla. Sabemos que la condición para resucitar es pasar con alegría las cruces cotidianas, pero las rechazamos. A menudo huimos de la cruz. Unirnos a Cristo significa también amar la cruz y dejarnos cambiar por ella. La cruz nos convierte, transforma nuestros corazones. Convertirse es verdaderamente enamorarse, amar con todo nuestro corazón el bien que es Dios mismo. Debemos llegar pues a amar el sufrimiento pues en él nos unimos a Cristo. “El sufrimiento en sí mismo puede esconder un valor secreto y convertirse en un camino de purificación, de liberación interior, de enriquecimiento del alma” (Beato Juan Pablo II). Cuanto experimentamos que el sufrimiento nos hace crecer, cuando no nos dejamos empequeñecer por la cruz, entonces dejamos que el amor venza en nosotros y hacemos presente a Dios. El sufrimiento se presenta, no lo buscamos, de diversas formas, muertes, separaciones, enfermedades, pobreza, frustraciones, persecuciones… pero siempre nos encontramos con la ternura y el amor de Dios. Por ese motivo nos sentimos llamados a consolar y hacer presente a Dios no dejando de lado a los que lo pasan mal. Allí donde se sufre nos tenemos que hacernos presentes para que Dios consuele, allí donde hay un pobre tenemos que estar nosotros para socorrerlo, allí donde hay muerte debemos anunciar al Dios de la vida, allí donde se persigue a alguien por su fe tenemos que proclamar la libertad del hombre. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar libertad a los presos y a dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor.” Luego Jesús cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban atentamente. Él comenzó a hablar, diciendo:

–Hoy mismo se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (Lc. 4, 18-21). Ojalá se cumpla en nosotros.

¡Qué la Gospa nos de un espíritu de oración que nos haga vivir el amor y nos llene de paz!