Comentario del mensaje del 25 de Julio de 2013

“¡Queridos hijos! Con alegría en el corazón, os invito a todos a vivir vuestra fe y a testimoniarla con el corazón y el ejemplo en todas sus manifestaciones. Hijos míos, decidíos a estar lejos del pecado y de las tentaciones, y que en vuestros corazones estén la alegría y el amor por la santidad. Yo, hijos míos, os amo y os acompaño con mi intercesión ante el Altísimo. Gracias por haber respondido a mi llamada”

“Más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como está escrito: “Seréis santos, porque yo soy santo” (1Pe. 1, 15-16). Existe una llamada universal a la santidad, una llamada que el hombre no puede ignorar. Esa llamada cambia la vida de manera definitiva. «Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa “semejanza” a Él, según la cual, han sido creados» (Benedicto XVI, 1 nov. 2007). Oír esa gran verdad no gusta pues significa cambiar de vida, convertirse. Al hombre de hoy, como al de siempre, le da miedo tener que cambiar. Es un paso hacia la aventura de Cristo lo que nos pide Dios. Esa aventura puede llenarnos de temor si no nos abrimos a la fe. Nuestros corazones deben estar edificados en Jesús, en su evangelio, en su Iglesia y en sus sacramentos. Cristo es la luz, Cristo es el centro, Cristo es el único, Cristo es el amor, Cristo es eterno, Cristo es ‘camino, verdad y vida’, Cristo es Dios, Cristo es el santo de Dios, Cristo es el vencedor, Cristo es el sentido de la historia, Cristo es la gloria del Padre, Cristo es el Hijo, Cristo es resurrección, Cristo es el Cordero, Cristo es la salvación, Cristo vence el pecado, Cristo es nuestro amigo, Cristo es el que da alegría a mi vida, Cristo es Jesús de Nazaret… “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten; y Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia, Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud, y por medio de Él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Col. 1, 15-20). Él nos enseña lo que el Padre espera de nosotros, se ha encarnado para mostrarnos lo que Dios espera del hombre. Si queremos saber quién es Dios, Jesús nos revela su intimidad; si decimos que la Iglesia es santa es por tener a Cristo como cabeza; si queremos saber por medio de quien se ha hecho todo oigamos su palabra; si queremos saber qué es la resurrección miremos su sepulcro vacío… Dejemos que Jesús desde lo más hondo de nuestro corazón nos interpele, nos pregunte sobre nuestras vidas, sobre nosotros mismos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:15, 16). ¿Quién es Jesús para mi? Esa es la pregunta clave. ¿Qué respuesta le damos? No se trata de responder de manera teórica, se trata de dejar que la respuesta cambie mi vida. “No te alabes a ti…, sino a Dios en ti…Y no por lo que eres…, sino porque Él te hizo… No porque tú puedes algo…, sino porque Él puede en ti y por ti…” (San Agustín de Hipona). Ser testimonios de Cristo significa, en verdad, estar enamorados de Él, dar nuestras vidas por su verdad definitiva. Pero todo con amor, con caridad hacia el otro y hacia nosotros mismos. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 16). Miremos nuestras vidas y veamos qué transmiten. Algunas veces no transmiten más que nuestra amargura, nuestras frustraciones, nuestra desesperanza. Lo que Jesús quiere que transmitamos es su luz y su alegría, la felicidad de la fe.

Finalizo este comentario con una oración que nos puede ayudar a ponernos en contacto con nuestro Salvador, es una oración de abandono que me ha acompañado durante muchos años, una oración para decir desde la fe y el amor. ¿Quién no pasa por momentos difíciles alguna vez en su vida?:

Oración para los tiempos difíciles

Espíritu Santo, Dios de Amor, mírame en esta circunstancia difícil en que se encuentra mi vida y ten compasión de mí. Confiadamente acudo a Ti, pues sé que eres Dios de bondad y manantial de amor.

Vengo a Ti, pues sé que no hay nada que no lo pueda lograr tu misericordia infinita. Acepto tus insondables designios, aunque no los comprenda. Me abrazo a ellos con aquel fervor y generosidad con que Cristo aceptó el Misterio del dolor en su vida.

Humildemente te pido, me des la gracia de superar esta situación difícil, en este momento de mi existencia, y que esta prueba, lejos de separarme de Ti, me haga experimentar con mayor plenitud la omnipotencia de tu amor que limpia, santifica y salva.

Hágase en mí Tu Divina Voluntad… Amén.

P. Ferran J. Carbonell.