Comentario del mensaje del 25 de octubre de 2013

“Queridos hijos: Hoy os invito a abriros a la oración. La oración hace milagros en vosotros y a través de vosotros. Por eso, hijos míos, en la simplicidad del corazón, pedid al Altísimo que os dé la fuerza de ser hijos de Dios y que Satanás no os agite como el viento agita las ramas. Hijos míos, decidíos nuevamente por Dios y buscad sólo Su voluntad, y entonces encontrareis en Él alegría y paz. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

“Desde entonces Jesús comenzó a declarar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, pontífices y escribas, ser matado y resucitar al tercer día, y Pedro tomándolo aparte se puso a reconvenirle diciendo: “¡Dios te libre , Señor! ¡No te sucederá eso!”. Pero Él le dijo: ¡Lejos de mí, Satanás! Pues eres mi obstáculo, porque tus sentimientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mt. 16, 21-22). “Lejos de mi, Satanás”; Satanás se aparece ante nosotros de muchas maneras. Y nos engaña. Se nos presenta como pecado. Se nos presenta cuando nuestras actitudes no son rectas, cuando juzgamos a los demás de forma inmisericorde. Cuando no hacemos todo lo que nos llama a hacer Dios. Cuando buscamos sustitutos a nuestras deficiencias (drogas…), cuando dejamos que nuestra afectividad se vea fácilmente trastornada, cuando no controlamos nuestra sexualidad, cuando el afán de poseer nos domina, cuando nos dejamos manipular o manipulamos para cumplimentar un deseo, cuando mentimos, cuando nos jugamos la vida por cosas que no valen la pena… “Palabra, obra y omisión” esconden esa actuación secreta del mal. Y lo peor es que no lo alejamos de nosotros. A menudo esa es una forma más fácil de actuar o una manera de tranquilizar nuestra conciencia. Pero, es cierto, el mal no tiene suficiente. A través de ese pecado sutil se apodera de almas bien intencionadas. ¿Cuántas veces juzgamos a los pobres por el hecho de serlo? ¿Cuántas veces decimos que ‘eso se lo ha buscado él’? ¿Cuántas veces somos hipócritas y nos creemos mejores que nuestro prójimo? ¡Dios mira al corazón del hombre! Podemos autoengañarnos pero Dios lo ve todo. No podemos dejarnos llevar por el Demonio. Debemos ser de Dios: “No se puede servir a dos señores; pues, o bien, odiará a uno y amará al otro, o se vinculará con uno y despreciará al otro: No podéis servir a Dios y a Mamón” (Lc 16, 13).”El dinero enferma el pensamiento y la fe y nos hace ir por otro camino… De la idolatría del dinero nacen males como la vanidad y el orgullo que nos vuelven “maníacos de cuestiones ociosas”. “No puedes servir a Dios y al dinero. No se puede: ¡o uno o el otro! ¡Esto no es comunismo, eh! ¡Esto es Evangelio puro! ¡Estas son las palabras de Jesús! (cf. Papa Francisco en Santa Marta, 20-09-13). No podemos creer que estamos ayudando a nuestro prójimo si lo juzgamos en nuestro corazón. O servimos a nuestro orgullo o servimos al prójimo. No podemos complicar las cosas, nuestro interior debe ser sencillo y sin dobleces. “Satán y los otros demonios son ángeles caídos por haber rechazado libremente servir a Dios y su designio. Su opción contra Dios es definitiva. Intentan asociar al hombre en su rebelión contra Dios” (CEC 538). La forma de esa asociación puede ser inimaginable, por tanto, debemos estar vigilantes. La oración puede sernos el antídoto y la ayuda más eficaz para escapar del engaño del maligno. Somos hijos de Dios por el bautismo y podemos vencer todas las tentaciones si nos asociamos definitivamente a Jesús. Jesús es el nombre que salva, el nombre que, al oírlo, cambia nuestra existencia. “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos.” (Flp. 2,10). ¡Gloria a su nombre! “La gloria de Dios es la persona humana viviendo en plenitud”. (San Ireneo de Lyon). Si hablamos de la Gloria de Dios es para descubrirla en el otro, especialmente en el pobre, el marginado, el necesitado del amor de Dios. El verdadero cristiano encuentra a Dios en el otro. “Ayudar al débil es caridad; pretender ayudar al poderoso es orgullo”. (San Gregorio Magno). Y es que el camino de la Iglesia es el hombre y su encuentro con él. “Este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer en el cumplimiento de su misión; él es el camino primero y fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo, camino que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención” (Beato Juan Pablo II Redemptor Hominis, n. 14).

“Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mt. 6, 10). Tenemos que hacer la voluntad del Señor, no nos cansamos de repetirlo en el Padrenuestro. “No digamos a Dios sino esta palabra: Fiat voluntas tuas; repitámosla desde lo íntimo del corazón, cien veces, mil, siempre. Agradaremos más a Dios con esta sola palabra que con todas las mortificaciones y devociones posibles”. (San Alfonso Mª de Ligorio). Si hacemos la voluntad de Dios el fruto será la felicidad y la paz. No podemos vivir en la intranquilidad, en el sinsentido de no saber que todas las cosas tienen un porqué. El sentido profundo lo da Dios. Perdemos la paz cuando no actuamos según su querer. Finalizo este comentario con una oración escrita por san Agustín en su libro sobre la Trinidad. Ese es el espíritu, él nos enseña un camino para vivir en plenitud:

“Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no me rinda ante el desaliento y deje de buscarte. Que yo ansíe siempre ver tu rostro. Dame fuerzas para la búsqueda, Tú que hiciste que te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad: conserva la primera y sana la segunda (…). Haz que me acuerde de Ti, que te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta que mi conversión sea completa”. (San Agustín, De Trinitate).

¡Que la Gospa nos lleve a Jesús más que nunca!

P. Ferran J. Carbonell