Comentario del mensaje del 25 de marzo de 2014

“¡Queridos hijos! Os invito de nuevo: comenzad la lucha contra el pecado como en los primeros días, id a la confesión y decidíos por la santidad. El amor de Dios fluirá al mundo a través de vosotros, la paz reinará en vuestros corazones y la bendición de Dios los llenará. Yo estoy con vosotros y ante mi Hijo Jesús intercedo por todos vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

“Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt. 5, 48). Dios nos llama continuamente a la santidad pero de manera especial en este tiempo de cuaresma. Esa llamada Dios la hace en nuestra vida ordinaria, en los éxitos y en los fracasos, en la fiesta y en el trabajo. El santo no es aquel que no sabe de agobios del mundo, tampoco aquel que no conoce el hambre y la crisis. El santo es aquel que viviendo en medio del mundo se encuentra con Dios. En el autobús, en el metro, a pie, en el coche… el santo reza y lucha por unirse a su Salvador. Ciertamente que saber lo que significa ser santo no es tan difícil, lo difícil es ser santo. Hoy en día no está de moda decirlo. Debemos ser valientes y tener el coraje de buscar la santidad. En ocasiones nuestro pecado, el pesimismo, la rutina, el agobio, el miedo a pensar… nos alejan tremendamente de ese objetivo. No debemos sucumbir a ninguna de esas tentaciones. A conseguir la santidad nos ayudan los sacramentos, la oración, el amor a Cristo y la caridad con los hermanos. Si mi semejante pasa hambre, sed, no tiene trabajo… hemos sido creados por y para el amor, sino amamos, Dios no puede expresarse a través de nuestras vidas. Si cercenamos su amor, pecamos de verdad. Santo es aquel capaz de renunciar a todo en bien de Dios y de su prójimo. “A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir de cada hombre!” (Benedicto XVI, 1 nov. 2007). Estamos llamados a vivir junto a la luz de Dios, junto a su alegría por el camino de la cruz. La cruz nos aleja del pecado, del orgullo, del egoísmo. La cruz representa el cambio que Dios quiere para nuestras vidas: negarnos a nosotros para tomar Su cruz (cf. Lc. 9, 23), morir al hombre viejo para renacer con el nuevo (cf. 2Cor. 5, 17). Si creemos en verdad que ‘Dios es amor’, ¿por qué motivo vivimos sin amor? “Ama y haz lo que quieras; si te callas, calla por amor; si hablas, habla por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor; ten la raíz del amor en el fondo de tu corazón: de esta raíz solamente puede salir lo que es bueno”. (San Agustín de Hipona). Dios quiere hacerse presente en el mundo a través de nuestro amor, el pecado, en realidad, es no hacerlo presente en nuestras vidas por el amor. Las cinco piedrecillas son una ayuda para llegar a la santidad: la oración con el corazón, el ayuno, la lectura de la Biblia, la confesión y la Eucaristía. Parece fácil pero es complicado. El Maligno se empeña en que nos cueste. Todo eso debemos hacerlo por amor. Tenemos que pedirlo, que desear vivir esa vida de amor a la que Dios nos llama, eso es la santidad.

“No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4, 6-7). Nuestra fe en Cristo debe darnos paz. No debemos inquietarnos ni andar cabizbajos, o faltos de libertad. ¡Debemos hablar libremente con el Señor! No podemos tener miedo, Dios es nuestro Padre que nos ama. El fruto de nuestra vida de unión con Cristo es la paz, lo que deseamos es vivir felizmente en paz con Dios, con nosotros mismos y con todos. Ese anhelo nos lo colma Cristo. “¡Hombres y mujeres del tercer milenio! Dejadme que os repita: ¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz” (beato Juan Pablo II). ¡Que Dios custodie nuestros corazones y nuestros pensamientos!

Finalizo la reflexión con una oración para pedir la paz del beato Juan XXIII:

“Señor Jesucristo, que eres llamado Príncipe de la Paz,
que eres Tú mismo nuestra paz y reconciliación,
que tan a menudo dijiste: “La Paz contigo, la paz os doy.”

Haz que todos hombres y mujeres den testimonio
de la verdad, de la justicia y del amor fraternal.

Destierra de nuestros corazones cualquier cosa
que podría poner en peligro la paz.

Ilumina a nuestros gobernantes
para que ellos pueden garantizar
y puedan defender el gran regalo de la paz.

Que todas las personas de la tierra
se sientan hermanos y hermanas.

Que el anhelo por la paz se haga presente
y perdure por encima de cualquier situación”.

P. Ferran J. Carbonell