Comentario del mensaje del 25 de Noviembre de 2012

“¡Queridos hijos! En este tiempo de gracia, os invito a todos vosotros a renovar la oración. Abríos a la Santa Confesión, para que cada uno de vosotros pueda aceptar mi llamada con todo el corazón. Yo estoy con vosotros y os protejo de la perdición del pecado, y vosotros debéis abriros al camino de la conversión y de la santidad, para que vuestro corazón arda de amor por Dios. Concededle tiempo, y Él se os donará a vosotros, y así, en la voluntad de Dios, podréis descubrir el amor y la alegría de vivir. Gracias por haber respondido a mi llamada”.

“En cuanto a ese día y esa hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre”. (Mt. 24, 36). Tenemos que estar alerta. Siempre preparados. Hemos de cambiar de vida. La conversión es fruto de nuestro encuentro con el Espíritu Santo. Si realmente hemos conocido al Señor ya no podemos seguir viviendo de la misma forma. No sólo da sentido a nuestra existencia, nos salva, es la fuente de todo lo bueno, es el amor hasta la locura… nuestras palabras quedan siempre limitadísimas ante la gracia de su gran Amor. “Porque en el nombre de Jesús todos se arrodillen, en el cielo, en la tierra ya bajo la tierra” (Fil. 2, 10). Este Año de la Fe y este don del adviento deben ser un tiempo de preparación real para encontrarnos con el Señor. Igual que María debía preparar su corazón para ese maravilloso advenimiento, nosotros debemos preparar nuestro corazón para encontrarnos gozosamente con el Señor. No podemos demorar más esa conversión. Ahora es el tiempo de gracia, tal vez es ahora leyendo el mensaje de la Virgen que el Señor te llama al cambio. Velar en oración y prepararnos confesando nuestros pecados es lo mínimo que podemos hacer. Si queremos oír la voz del Señor debemos abrirnos “al camino de santidad y conversión”. Como Maria, con sencillez y con humildad. Nuestra Madre nos indica el camino a seguir. “ Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna manera sólo conectadas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el “sí” total de quien entrega su existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que antes se ha ofrecido al hombre como camino, verdad y vida, como el único que lo libera y lo salva. ” (Benedicto XVI). El problema es que nuestro mundo nos hace creer que el pecado no existe más que en nuestra cabeza. Que el pecado es un invento del hombre. Satanás está interesado en que lo creamos así y aún personas de buena fe se dejan engañar. Tenemos que entender el dolor de Dios cuando nos ve encenagarnos en el pecado, debemos pensar sobre la amargura que provoca nuestro alejamiento de su Amor. “¿Cómo es posible ver a Dios entristecerse por el mal y no entristecerse también uno?” (San Pío de Pietrelcina).

“Estad siempre alegres, orad sin cesar” (1Tes. 5, 16). No podemos desanimarnos. La oración nos llena de esperanza, hace que nuestros corazones rebosen amor. Entramos en comunión con el Señor al estilo de María que no dejaba de orar insistentemente y guardaba todo en su corazón. “A través de la oración el alma se arma para enfrentar cualquier batalla. En cualquier condición en que se encuentre el alma, debe orar” (Santa María Faustina Kowalska). Por grandes que sean nuestras dificultades, el Señor nos da una consolación más grande. Por difícil que nos parezca una empresa, todo es posible para el que reza con fe. La alegría no debe abandonar jamás al cristiano. Una alegría que nos viene del Señor.

Os invito a unirnos a esta impresionante oración pronunciada por el nuevo doctor de la Iglesia san Juan de Ávila: “Plegue al Espíritu Santo, por los merecimientos de Jesucristo, y por aquella sangre que derramó en la cruz por nosotros, tenga por bien venir en nuestros corazones y sanar nuestras ánimas, alumbrar nuestros entendimientos, para que conozcamos a Dios, y enderezar nuestra voluntad para solamente amar a Dios y se olvidar de las cosas del suelo, y sujetar nuestra carne, y darnos humildad, castidad y caridad para con nuestros prójimos, y darnos sus siete dones, para que teniendo su gracia nos dé la gloria”. Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. No los olvidemos y pidámoslos.

¡Qué la Gospa nos ayude a vivir este tiempo como el primero y el último!

P. Ferran J. Carbonell.