Comentario del mensaje del 2 de Octubre de 2012

“Queridos hijos, os llamo y vengo entre vosotros porque os necesito. Necesito apóstoles con un corazón puro. Oro, y orad también vosotros, para que el Espíritu Santo os capacite y os guíe, os ilumine y os llene de amor y de humildad. Orad para que os llene de gracia y de misericordia. Solo entonces me comprenderéis, hijos míos. Solo entonces comprenderéis mi dolor por aquellos que no han conocido el amor de Dios. Entonces podréis ayudarme. Seréis mis portadores de la luz del amor de Dios. Iluminaréis el camino a quienes les han sido concedidos los ojos, pero no quieren ver. Yo deseo que todos mis hijos vean a Mi Hijo. Yo deseo que todos mis hijos experimenten Su Reino. Os invito nuevamente y os suplico: orad por aquellos que Mi Hijo ha llamado. ¡Os doy las gracias!

“Queridos hijos, los llamo y vengo en medio de ustedes porque los necesito. Necesito apóstoles de corazón puro”.

El pasado 2 de julio, la Santísima Virgen en su mensaje dado a Mirjana, nos decía: “El Padre me envía para que yo sea para ustedes mediadora, para que con amor materno les muestre el camino que conduce a la pureza del alma”. Decir pureza del alma es lo mismo que decir pureza del corazón. La Madre de Dios, que viene a enseñarnos el camino que lleva a un corazón puro, ahora nos vuelve a decir que nos necesita como apóstoles, es decir como sus enviados al mundo. Apóstoles sí, que han dejado que su corazón sea purificado. Porque “sólo los corazones puros saben cómo llevar la cruz y saben cómo sacrificarse por todos los pecadores que han ofendido al Padre Celestial y que también hoy lo ofenden”(1). Quienes busca, entonces, para enviarlos a ese mundo hostil a Dios, que no deja de ofenderlo, son aquellos que entregan a su vida a Él, sabiendo padecer la cruz de cada día por amor. Esos son los que purifican con la cruz sus corazones, los verdaderos seguidores de Jesús(2) y apóstoles de estos últimos tiempos.

“Deseo que todos mis hijos vean a mi Hijo. Deseo que todos mis hijos vivan su Reino”.

El corazón puro es el corazón abierto del amor limpio. Es el corazón de quien ama y comprende las exigencias del amor, y del amor de esta Madre nuestra que quiere, como lo quiere Dios, que todos sus hijos se salven, que todos estén un día en el Cielo, con Ella, contemplando el rostro del Señor, gozando de la visión beatífica y que ya -desde ahora- vivan el Reino de Dios en la tierra, que es el de la paz, la alegría, el amor, la felicidad.

“Serán mis portadores de la luz del amor de Dios. Iluminarán el camino a aquellos a quienes se les ha dado ojos pero no quieren ver”.

Quien ama responde al llamado del Corazón para ayudarla en esta obra de salvación. Será ése el hijo que lleve la luz del amor de Dios, la luz de la verdad que Dios es Amor. A esos hijos generosos que acuden a su llamado les dice: “Deseo que sus ejemplos ayuden a los pecadores a que vuelvan a ver, que enriquezcan sus pobres almas y que los devuelvan entre mis brazos”(3).

“Oro, pero también ustedes oren para que el Espíritu Santo los haga capaces y los guíe, los ilumine y los llene de amor y de humildad. Oren para que los llene de gracia y de misericordia”.

El Espíritu Santo es nuestra guía que ilumina para avanzar y no caer o desviarnos por el camino y cuando éste se bifurca nos da el discernimiento de cuál senda tomar. Para vivir en el Espíritu y ser dóciles a sus inspiraciones debemos estar con el corazón atento. Debemos dejarnos convertir a Dios en un proceso de continuo acercamiento o sea de purificación. Ello implica la conversión de las lágrimas que el corazón contrito y humillado derrama en cada confesión sacramental. Confesamos nuestras miserias para alcanzar la misericordia de Dios; confesamos nuestros pecados para recibir la absolución.

Cuando en el sacramento de la penitencia nos acercamos a la misericordia de Dios, hacemos nuestra la oración del salmista: “Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”(4).

Por el amor y la humildad somos llevados a destino puesto que sin ellos podremos conocer el destino pero nunca llegaremos a alcanzarlo.

Si la caridad es la mayor de todas las virtudes ordenadas a Dios, por la que lo amamos sobre todas las cosas y amamos a los otros como a nosotros mismos por amor de Dios; la humildad es la madre de las demás virtudes morales.

El Señor nos exhorta a ser como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón(5) y encontraréis descanso para vuestras almas”(6).

Es, nuevamente, el Espíritu Santo que nos convence de pecado y que bajo su luz nos permite realizar un verdadero y honesto examen de conciencia para reconocer en qué no soy humilde y qué debo hacer para practicar esta virtud.

Quien ve su nada, quien reconoce sus muchas limitaciones y miserias no puede menos que tener ojos y entrañas de misericordia en su juicio y en su obrar sobre los demás.

“Los invito nuevamente y los ruego que oren por aquellos a quienes mi Hijo ha llamado”.

La Santísima Virgen no puede concluir su mensaje sin mencionar a los sacerdotes. Muchas son las razones y varias de ellas ya las hemos ido comentando. Una principal, sin duda alguna, es que son los sacerdotes quienes deben conducir al rebaño en todo tiempo y siendo éstos ya de mucha confusión doctrinaria y moral, deben ser firmes pastores, iluminados y fortalecidos especialmente por el Espíritu Santo. Deben ser los primeros apóstoles porque la misión de todo sacerdote es la de llevar a Cristo y ser otro Cristo en la obra de la salvación de las almas.

Es en la Iglesia que se encuentran, y sólo en ella, todos los medios de salvación y los sacerdotes son sus ministros. Ministros de los sacramentos. Por eso es que coinciden los mayores ataques tanto a la Eucaristía -a la que se la pretende banalizar a través de liturgias desacralizadas y de negaciones de falsa teología- como al sacerdocio ministerial donde se busca igualarlo al común de los bautizados y donde un feminismo extemporáneo absurdamente pretende que haya mujeres sacerdotisas. La intención es diabólica y clara: eliminado el sacerdocio ministerial no hay Eucaristía ni absolución de pecados; devaluados los sacramentos a meros símbolos el sacerdocio pierde su razón de ser.

Estos son tiempos en que también se necesitan profetas que no sólo anuncien sino que además denuncien el mal que aqueja al mundo debido al alejamiento de Dios.

Por todo esto, porque –lo dijo la Madre de Dios- que junto a los sacerdotes será el triunfo de su Corazón Inmaculado, y porque son los más atacados por el Enemigo en todos los frentes posibles, es que reitera el pedido de no dejar de rezar por aquellos a quienes su Hijo ha llamado.

Reina de los apóstoles y Madre de todos los sacerdotes, hijos tuyos predilectos, acompaña nuestro camino y no permitas que nos perdamos ni que desfallezcamos fallándole a tu Hijo. Ora por nosotros para que siempre fielmente lo sigamos y seamos sacerdotes según su Corazón. Amén.

P. Justo Antonio Lofeudo

www.mensajerosdelareinadelapaz.org

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(1) Mensaje del 2 de agosto de 2012

(2) Cf. Lc 9,23

(3) Mensaje del 2 de junio de 2012

(4) Sal 50,12

(5) Dice santo Tomás de Aquino: “La humildad no es propia de Dios por no tener superior, al estar por encima de todo… Pero aunque la virtud de la humildad no pueda aplicarse a Cristo en Su naturaleza divina, sí puede aplicársele en Su naturaleza humana y Su divinidad hace que su humildad sea más digna de alabanza porque la dignidad de la persona se suma al mérito de la humildad. Y no puede haber una dignidad más grande para un hombre que ser Dios. Por lo tanto la mayor de las alabanzas le corresponde a la humildad del Dios Hombre, quien para rescatar los corazones de los hombres de la gloria del mundo al amor de la gloria divina, eligió aceptar no una muerte común sino la muerte más ignominiosa” (Suma Contra Gent. lb. IV, cap. iv; cf. lb. III, cap. cxxxvi).

(6) Mt 11,29