Comentario del mensaje del 25 de Abril de 2010

“¡Queridos hijos! En este tiempo, cuando de manera especial oráis y buscáis mi intercesión, os invito hijitos a orar para que a través de vuestras oraciones, yo pueda ayudaros a que muchos corazones más se abran a mis mensajes. Orad por mis intenciones. Yo estoy con vosotros e intercedo ante Mi Hijo por cada uno de vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

Otra vez la oración. La Gospa no deja de decir que oremos, de recordarnos que ella es intercesora. María nos ama, su corazón maternal nos bendice y nos acompaña. La intercesión de María se expresa en su amor. “La característica de este amor materno que la Madre de Dios infunde en el misterio de la Redención y en la vida de la Iglesia, encuentra su expresión en su singular proximidad al hombre y a todas sus vicisitudes. En esto consiste el misterio de la Madre”. (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 22). Nuestra Madre esta siempre cercana al sufrimiento, pero también a la consolación. En las Bodas de Cana dice: “No tienen vino” (Jn. 2, 3). Y ahora continua diciendo lo que le falta al hombre y Jesús continua obrando milagros por mediación de Nuestra Madre.

La oración es un medio imprescindible para poder amar al Señor y sentir su amor. El objetivo de nuestra vida es estar con el resucitado. Como dice san Ignacio de Loyola: “El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado”. (Ejercicios Espirituales. Primera semana. Principio y fundamento 23). Estamos hechos para alabar, para llegar a la salvación que sólo Jesucristo puede dispensarnos. La oración es amar a quien sabemos nos ama. “El hombre no puede vivir sin amor. El permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente”. (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 10). Pero también hemos de servir al Señor. Servir se debe hacer desde la unión plena con el resucitado, viviendo su vida y testimoniando su amor.

La oración es la respiración del cristiano. Un cristiano que no ora en verdad no ama, muere. La llamada a la oración la debemos descubrir en lo más profundo de nuestro ser. Y estamos obligados a responder. Nuestro mundo intenta apagar ese fuego, nosotros debemos buscar leña seca para avivarlo. El ayuno, la lectura de la Palabra, el mismo Rosario, son leña que encienden el amor en nosotros. Nuestro mundo atacará a la Iglesia, a nosotros por ser cristianos, intentará convencernos de que el dinero o el sexo son nuestro fin. Pero nosotros gracias al don del Hijo sabemos bien cual es nuestro sentido. Sólo alabando y sirviendo al Señor podemos obtener la vida eterna, la vida feliz. Nada más puede llenar nuestra vida.

“La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por Él mismo, la da gloria no por lo que hace, sino por lo que Él Es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en la gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios, da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: ‘un solo Dios, Padre del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros’ (1Cor., 8, 6)” (CEC. 2639). Pidamos al Señor por mediación de María que nos de el don de la alabanza. Así podremos gozar del Dios de la vida y testimoniar su amor en nuestra existencia.

¡Qué Nuestra Madre interceda por nosotros y nos ayude a entender la voluntad de Dios!

P. Ferran J. Carbonell