Comentario del mensaje del 25 de Abril de 2013

“¡Queridos hijos! Orad, orad, y sólo orad, hasta que vuestro corazón se abra a la fe, como una flor se abre a los cálidos rayos del sol. Este es un tiempo de gracia que Dios os da a través de mi presencia, sin embargo, vosotros estáis lejos de mi Corazón, por eso os invito a la conversión personal y a la oración familiar. Que la Sagrada Escritura sea siempre un estímulo para vosotros. Os bendigo a todos con mi bendición maternal. Gracias por haber respondido a mi llamada.”

“Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt. 26, 41). La oración, no nos cansamos de decirlo, es como la respiración del cristiano. Es don de Dios pero deseo del corazón del hombre y más que deseo necesidad. Perseverar en la oración es la fuente que puede, no solo calmar nuestra sed de Dios, convertir nuestros mediocres corazones. No caer en tentación, convertirnos… a menudo eso nos da miedo. Los santos nos enseñan el camino a seguir y el Evangelio también. María es la continua orante, la que reza siempre. No podemos tener miedo a conversión, no podemos temer encontrarnos con Dios. Claro que eso cambia la vida, claro que conocer al Señor no nos puede dejar igual. No podemos rechazar la invitación a la conversión. No es este comentario lo que nos convertirá, lo que tiene capacidad de convertirnos es el Espíritu Santo que nos da el Señor resucitado. La conversión se produce al descubrir la presencia viva del Señor, es confiar en la misericordia del Señor, es entrar en intimidad desde nuestro corazón con el suyo. Para ello una gran ayuda es la oración familiar, esa oración provoca que todos sus miembros puedan llegar a la conversión, a conocer a Dios. La familia, Iglesia doméstica, tiene que convertirse en una escuela de oración. Tenemos que repetir con san Francisco de Asís esta oración:

Sumo, glorioso Dios,
ilumina las tinieblas
de mi corazón 

y dame fe recta, 

esperanza cierta 

y caridad perfecta, 

sentido y conocimiento,
Señor, para que cumpla Tu santo
y verdadero mandamiento.

“Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así, que ya vivamos ya muramos somos del Señor” (Rm. 14, 8). Ser del Señor, eso es lo realmente importante. Es esa presencia continua de Dios en nuestras vidas lo que nos distingue de otras religiones, eso y, sin duda, el amor. Nuestra vida tiene un sentido claro, ese sentido es el amor. Dios es amor y nos ha creado para hacerse presente en el mundo cuando nosotros amamos. Al final de la vida se nos preguntará sobre el amor. Podemos morir, podemos vivir pero lo importante es la finalidad de nuestras vidas. “No llores si me amas… Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo… Si pudieras oír el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos… Si por un instante pudieras contemplar, como yo, la belleza ante la cual las bellezas palidecen… Créeme. Cuando llegue el día que Dios ha fijado y conoce, y tu alma venga a este cielo en el que te ha precedido la mía… Ese día volverás a verme… Sentirás que te sigo amando, que te amé y encontrarás mi corazón con todas sus ternuras purificadas. Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz… Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo, que te llevaré de la mano por los senderos nuevos de luz y de vida. Enjuga tu llanto y no llores si me Amas”. (San Agustín). Dios no nos abandona nunca, nosotros sí que lo traicionamos, lo negamos. Dios está siempre con nosotros, no nos ha abandonado nunca. “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá. (Ps. 27:10).

¡Qué la Gospa que nos bendice nos conduzca a la oración!

P. Ferran J. Carbonell