Comentario del mensaje del 25 de Agosto de 2001

Queridos hijos, hoy los invito a todos a decidirse por la santidad. Que para ustedes, hijitos, la santidad esté siempre en primer lugar en sus pensamientos y en cada situación, en el trabajo y en las palabras. Así, la pondrán en práctica poco a poco, y paso a paso la oración y la decisión por la santidad entrarán en sus familias. Sean verdaderos con ustedes mismos y no se aten a las cosas materiales sino a Dios. Y no olviden, hijitos, que la vida de ustedes es pasajera como una flor. Gracias por haber respondido a mi llamado.

Este mensaje es continuación de los anteriores en los que nos recordaba que estamos viviendo un tiempo de gracia. Un tiempo de gracia es tiempo de llamado y de respuesta a ese llamado para alcanzar la gracia. Es tiempo de reconciliación, es decir, de perdón en sus dimensiones: darlo y recibirlo. Es tiempo de acoger el don, de aceptar la paz y de transmitirla. Es tiempo de cumplir con el amor, que es la ley de Dios. Es, en fin, el tiempo de decidirse por Dios, por lo tanto, es tiempo de seguimiento de Jesús por medio de María.

Hoy nos dice:
“los invito a todos a decidirse por la santidad”
Este llamado a la santidad no es nuevo, no es otro que el llamado a la conversión que se extiende por más de 20 años ya.
Decidirse por la santidad es lo mismo que decidirse por Dios, lo único que varía es el punto de perspectiva. Es la decisión que compromete a la persona de tal modo que la transforma desde lo más profundo de su interior y la impulsa por el recto camino.
El mundo está lleno de caminos desviados que no llevan a ninguna parte. La decisión por la santidad es decirse a uno mismo: “yo quiero ser santo. Yo quiero colmar la capacidad de santidad que Dios puso en mí al crearme”. Porque Él nos ha creado para la vida eterna, para ser salvados por Cristo.
Es así que, con la invitación a decidirnos por la santidad, nuestra Madre nos está diciendo que no sólo la santidad es posible sino que para nosotros debe ser deseable. En ese sentido, entonces, decidirse es caminar hacia la gracia que Dios generosamente nos ofrece.

Y luego agrega:
“Que para ustedes, hijitos, la santidad esté siempre en primer lugar en sus pensamientos y en cada situación, en el trabajo y en las palabras”
También esta exhortación a poner a la santidad como primer objetivo, en el primer lugar, es equivalente a sus otros mensajes en los que nos pedía poner a Dios en el primer lugar. Nuevamente, esta vez la lectura es en clave personal, es decir, no dirigiendo la mirada hacia Dios sino hacia nosotros mismos. Acá tenemos el pedido concreto de no dejar espacios vacíos. La santidad debe comprometer toda la vida y cada circunstancia concreta de la existencia.
No se puede escoger el camino de santidad y luego pensar, hacer, decir cosas que lo contradigan. No debemos prestar oído, ni vista a lo sucio que nos propone el mundo, a la invasión constante de publicidad y de programas groseros, blasfemos. Debemos preservarnos apagando el televisor o cambiando de emisora o no leyendo material ofensivo. Tampoco debemos pronunciar palabras soeces ni asumir actitudes que ofenden el corazón de Dios.
Nuestro pensamiento, nuestra memoria, nuestro corazón, nuestra voluntad deben ser purificados y esta es obra del Espíritu que necesita de nuestra disposición a hacerlo.
Por supuesto, la mayoría de nosotros está aún lejos de la perfección, pero esto no debe desanimarnos. Ciertamente, el camino de santidad no está exento de caídas y aún de recaídas, pero lo importante es la decisión de levantarse, de extender la mano hacia Aquel que puede y quiere alzarnos.

“Así, lo pondrán en práctica poco a poco, y paso a paso la oración y la decisión por la santidad entrarán en sus familias”
Una vez decididos por la santidad, decisión que es menester renovar diariamente, el camino es gradual, con la seguridad de que se va afirmando y decantando poco a poco, en un camino en el que el corazón está puesto en Dios.
También nuestra Madre nos recuerda la oración porque el viandante ante todo es el orante. Sin oración no es posible la santidad.
En esta parte del mensaje parece también decirnos que esa decisión, y lo que hacemos no es sólo para nosotros, no es aventura individual, sino que a través nuestro la familia se santifica. Esto es lo que quiere el Señor: ¡familias santas!

“Sean verdaderos con ustedes mismos y no se aten a las cosas materiales sino a Dios”
Una vez más somos llamados a hacer una opción fundamental, a escoger dónde poner nuestra seguridad, si en Dios o en las cosas materiales. “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24). No podemos jugar a dos puntas, poniendo un poco de nuestra seguridad en las cosas y otro poco en Dios. La opción es radical. O Dios o las cosas del mundo material. Sabemos bien que para hacernos acreedores a la providencia divina debemos abandonarnos confiadamente en el Señor y ocuparnos de nuestra propia santidad. “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia y el resto vendrá por añadidura”, nos dice el Señor en el mismo pasaje de la Escritura (Mt 6,33). Es decir: “busquen ser santos y todo lo que necesiten Dios se los dará”.

“Y no olviden, hijitos, que la vida de ustedes es pasajera como una flor”
En el libro de Job se dice que “el hombre es como la flor que brota y se marchita, que huye como la sombra sin pararse”, esto para mostrar la fugacidad de la vida en esta tierra. Nuestra Madre nos hace meditar, desea que reparemos en que hemos sido creados para la eternidad y que allí debe estar puesto nuestro corazón, todo nuestro ser. No debemos entretenernos con las cosas de este mundo perdiendo la eternidad.
San Agustín escribió: “Desdichada es el alma esclava del amor de lo que es mortal”. Más drástico, León Bloy afirmaba: “la tragedia del hombre es no ser santo”. Pero, por sobre todo están las propias palabras del Señor: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si él mismo se pierde?”(Lc 9,25).