Comentario del mensaje del 25 de Diciembre de 2001

Queridos hijos, hoy los invito y los animo a la oración por la paz. Los invito especialmente hoy, cuando traigo en mis brazos a Jesús recién nacido, a unirse a Él por la oración y volverse un signo para este mundo sin paz. Anímense los unos a los otros, hijitos, a la oración y al amor. Que su fe sea para los otros un estímulo para creer más y amar más. Los bendigo a todos y los invito a estar más cerca de mi Corazón y del Corazón del Niño Jesús. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

“Queridos hijos, hoy los invito y los animo a la oración por la paz “

Nuestra Madre no sólo conoce nuestro presente sino que anticipa el futuro al que podemos ir al encuentro. Ella ve dónde hay mayor necesidad, dónde hay mayores peligros. Hoy la Madre de la Iglesia pide por la paz.
El Santo Padre también pide oración y ayuno por la paz.
El Espíritu Santo que actúa en la Iglesia clama por la paz.
Somos llamados a orar por la paz en esta más que invitación, porque nos dice “los invito y los animo”, es decir, nos exhorta, nos estimula a orar por la paz.
Ocurre que estamos rodeados de noticias y acontecimientos inquietantes, sumergidos en ambientes sin fe y en un mundo en el que se respira injusticias, agresión y odio. A veces nos vemos acosados por nuestros propios problemas, por preocupaciones que parecen atraparnos. Y Ella entonces nos dice: “los invito y los animo” a orar por la paz. Es como si nos dijera: “No se dejen vencer ni arrastrar por lo que los rodea, no se desanimen, dirijan, en cambio, la mirada hacia el Cielo y pidan por la paz con todo el corazón”.
En estas circunstancias orar no sólo es signo de fe sino también de esperanza. Quien ora no tiene quebrada la esperanza porque sabe que sus ruegos serán escuchados. Como dice el salmista: “Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Escucharé qué dice Dios, el Señor; Él anuncia la paz para su pueblo, para sus fieles, para quien vuelve a Él con todo el corazón” (Sal 85,8-9).

Los invito especialmente hoy, cuando traigo en mis brazos a Jesús recién nacido, a unirse a Él por la oración y volverse un signo para este mundo sin paz
La Virgen Santísima, al presentarnos a Jesús recién nacido, revive la primer Navidad. Es el mismo misterio que se renueva eternamente. Quien ha nacido es hijo suyo y al mismo tiempo Hijo de Dios. Es Dios en brazos de su Madre. Ella nos invita a ser uno con Jesús, a unirnos íntimamente al recién nacido, al Hijo de Dios hecho hombre. Y esa unión se da por la oración, por la que se recibe la gracia de ser signo de paz. Esto –el ser signo de paz para otros- se puede desear y hasta favorecer pero no podemos provocarlo por nosotros mismos. Sólo se es signo en un mundo sin paz por la gracia que desciende de Dios.
En esta Navidad Él ha querido que esa gracia venga del Niño de Belén en los brazos de María, su Madre. Y esto nos evoca la imagen de Nuestra Señora del Huerto, en la que se ve a la Madre sosteniendo la manita del Divino Niño con la que Él nos bendice. Así es ahora también. Desde las manos de María estamos recibiendo la bendición, la gracia de Dios que nos transforma, que nos convierte en señal en el camino de los que andan en tinieblas. Nosotros, en algún sentido, debemos volvernos un poco como María: ser portadores de la Luz que es Cristo.
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras ha brillado una gran luz” (Is 9,1). Son palabras del profeta Isaías que habla también para este tiempo. Los que no conocen el amor de Dios recorren caminos de tinieblas hasta que de pronto descubren la luz, la gran luz. Esa luz que descubren, se nos pide, es por la acción e intercesión de aquellos que han recibido la gracia.

Anímense los unos a los otros, hijitos, a la oración y al amor. Que su fe sea para los otros un estímulo para creer más y amar más
La comunión orante, la comunión de vida, la comunión de hijos de Dios e hijos de María es la que sostiene al que está vacilante, débil en la fe, a los que están pobres en el amor y morosos en la oración. Debemos ante todo orar, y orar mucho, con fervor, para que nuestro amor sea desbordante y nuestra fe firme.
El mensaje guarda una cierta resonancia con las palabras del Apóstol San Pablo, cuando en su segunda Carta a los Corintios dice: “Por lo demás, hermanos, alégrense; tiendan a la perfección, anímense mutuamente, tengan los mismos sentimientos, vivan en paz y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes” (2Co 13,11). Y también con aquella otra dirigida a los Filipenses: “No se inquieten por nada, antes bien en toda necesidad presenten a Dios sus peticiones, mediante la oración y la súplica acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús” (Flp 4,6-7). Como aquellos cristianos somos llamados a animarnos mutuamente y a aunar nuestras oraciones, nuestras acciones de gracia, nuestras eucaristías para el bien de todos, creciendo en la fe y en el amor. Es experiencia de vida que amor, fe y oración se contagian.

Los bendigo a todos y los invito a estar más cerca de mi Corazón y del Corazón del Niño Jesús
La Madre con su Niño en brazos nos bendice. El mismo Niño nos bendice con su Madre. Que esta bendición nos acerque aún más a los Sagrados Corazones.
¡Muy feliz Navidad!