Comentario del mensaje del 25 de Enero de 2012

“Queridos hijos, con alegría también hoy os invito a abrir vuestros corazones y a escuchar mi llamada. Yo deseo acercaros de nuevo a mi Corazón Inmaculado, donde encontraréis refugio y paz. Abríos a la oración, hasta que ésta se convierta en alegría para vosotros. A través de la oración, el Altísimo os dará abundancia de gracias y vosotros llegaréis a ser mis manos extendidas en este mundo inquieto que anhela la paz. Hijos míos, testimoniad la fe con vuestras vidas y orad para que la fe crezca en vuestros corazones día tras día. Yo estoy con vosotros. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

“Tomó su cayado en la mano, escogió en el torrente cinco cantos lisos y los puso en su zurrón de pastor, en su moral. Y con su honda en la mano se acercó al filisteo” (Sam. 17, 40). Debemos retomar siempre las piedras. David toma los cantos del río, ¿de dónde los sacamos nosotros? Ese es el problema, que no nos hemos dado cuenta todavía de que necesitamos armarnos si queremos vencer al enemigo. Queremos luchar contra el pecado pero no sabemos que debemos prepararnos. Creemos que la ‘flauta’ puede sonar siempre por casualidad, que los atletas no se preparan para ganar una competición. ¿Quién iría a una guerra sin armas? Pues nosotros estamos en guerra contra el pecado, contra nuestro pecado, contra nuestro orgullo, contra nuestro egoismo, contra nuestras ansias de poder, contra nuestro afán por el dinero o las cosas materiales. Contra todo eso sólo podemos implorar la ayuda de Dios y luchar con constancia para vencer. Sin Dios nada podemos. “Cuanto más tentado te veas, sábete que eres más amado” (san Francisco de Asis). El demonio nos tienta cuando ve que nos acercamos al Señor, no quiere que seamos sus hijos amados, que seamos santos. En esa lucha interior no estamos solos. Para eso Cristo nos da unas armas, son las cinco piedras que David sacó del agua y nosotros sacamos de Cristo. Él és nuestra agua, Él se nos da en el bautismo. Cristo mismo nos da lo que necesitamos para vencer y nos pone esa victoria, en la mano a través de Maria: El santo Rosario, la Eucaristía, la lectura asidua de la Biblia, el Ayuno y la Confesión mensual. ¡Qué maravilla! David tumbó a Goliath, nosotros también podemos tumbar a nuestro Goliath que es nuestro pecado. Cristo nos da las piedras, los medios para derrotar y expulsar el mal que, demasiado a menudo, dirige nuestras vidas. “Y al entrar al Templo, se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: «Está escrito: Mi casa será una casa de oración, pero ustedes la han convertido en una cueva de ladrones»”. (Lc. 19, 45-46). Como Jesús expulsó a los mercaderes, así podemos hacer nosotros con el pecado si usamos las piedras que Él nos da. Estemos alegres pues Cristo dirige nuestra segura victoria, pero preparémonos para el combate con las armas que Él nos regala.

“Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18, 19-20). ¿Porqué nos cuesta tanto orar? De eso depende todo pero no nos lo acabamos de creer. Somos tacaños y no dedicamos tiempo a la oración. A veces nos preguntamos porqué no rezamos más, la respuesta es clara: “Dios da la oración a quien reza” (san Juan Clímaco). Si no hablamos a un amigo la amistad se acaba. Si no hablamos con Dios lo acabamos abandonando. Nada hay más sencillo y más difícil; sencillo de entender, difícil de practicar. Cuando nos preguntamos que debemos hacer para ser personas de oración, nos podemos responder: simplemente rezar. Todo lo que pidamos con fe Dios nos lo concederá. Nos falta a menudo la fe. Debemos pedir la fe en nuestra oración. El fruto de la oración es, al fin, la paz. La paz que viene de Cristo, la paz que él concede a todos los que lo buscan con limpieza de corazón. “El amor será fermento de paz, cuando la gente sienta las necesidades de los demás como propias y comparta con ellos lo que posee, empezando por los valores del espíritu”. (Beato Juan Pablo II). Orar es amar y dejarse amar. ¿Cuántos pierden su fe por no dedicar tiempo a la oración? ¿Cuántos se han llamado cristianos pero jamás han orado? La persona que ora no puede perder jamás la fe.

“Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Hacedlo todo con amor” (1Cor. 16, 18). Si hacemos lo que nos dice san Pablo podremos ser testigos de Cristo. Testimonios de la fe. Nuestra vida debe reflejar la luz que es Cristo. Nuestro corazón y entendimiento han de ser los de Jesús. “Andad despacio, procurando adaptar nuestra vida interior y exterior al modelo de la humilde mansedumbre del Corazón de Jesús” (santa Margarita María de Alacoque).

¡Qué María, la llena de gracia, nos conceda todo aquello que necesitamos para vivir la vida feliz de su Hijo!

P. Ferran J. Carbonell