Comentario del mensaje del 25 de Febrero de 2008

“Queridos hijos! En este tiempo de gracia, los invito nuevamente a la oración y a la renuncia. Que su día esté hilvanado de pequeñas y fervientes oraciones por todos aquellos que no han conocido el amor de Dios. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Este mensaje es tan directo que, a primera lectura, haría toda reflexión redundante. Por una parte, la Santísima Virgen renueva su constante exhortación a la oración y al ofrecimiento de renuncias o sacrificios, y por otra nos manifiesta su intención que vayan una y otras para aquellos que no han conocido el amor de Dios. Eso sí, su llamado tiene un agregado, la modalidad de la oración: que la jornada sea entretejida -nos dice- por oraciones cortas y dichas con fervor. Este aditamento, que sean oraciones pequeñas, es de índole práctico, para que sea posible intercalar las distintas tareas y movimientos que hacemos durante el día con esas especies de jaculatorias; y la alusión al fervor con que son dichas es el recordatorio que deben ser del corazón y no meras recitaciones mecánicas como a veces, lamentablemente, se vuelven ciertas oraciones.

Sin embargo, a pesar de tratarse de un mensaje simple y directo, de inmediato nos surge una pregunta: ¿quiénes son los “que no han conocido el amor de Dios”?. Y ésta, se verá, no es una pregunta meramente teórica porque va en la respuesta la razón de la motivación con que recemos y ofrezcamos nuestros sacrificios. Es decir, no es lo mismo que a alguien se le pida oraciones por personas de quienes desconoce los motivos que por otras que sí sabe qué están padeciendo. En esto la misma Santísima Virgen es Maestra, sino baste recordar las apariciones de Fátima, cuando en una de ellas –la tercera, el 13 de julio de 1917- les mostró a los pastorcitos el infierno y las pobres almas que caían en él y les pidió sacrificarse por los pecadores y muchas veces decir “Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”. Jacinta, con apenas 7 años, no dejaba de pensar en la visión y de repetir “¡Ay, el infierno! ¡Qué pena me dan las almas que van al infierno!” y no paraba de rezar y hacer grandes sacrificios por la conversión de los pecadores para arrebatarlos de la condena eterna. Al mes siguiente, el 19 de agosto, la Virgen les vuelve a recordar la necesidad de intercesión por medio de oraciones y sacrificios diciéndoles: “Orad, orad mucho y haced sacrificios por los pecadores, pues muchas almas van al Infierno por no tener quien ore y haga sacrificios por ellas”.

Evidentemente, no es lo mismo saber por quiénes estamos orando que no saberlo o tener una noción demasiado genérica, diríamos abstracta.

La primera respuesta a la pregunta de quiénes son “aquellos que no conocen el amor de Dios” la tenemos de los mismos videntes de Medjugorje y de Mirjana, en particular, cuando nos dicen que es así como nuestra Madre Santísima llama a los no creyentes o ateos. Lo otro, que también debemos recordar, es que en torno a Medjugorje hay secretos y que se trata de fuertes advertencias y grandes correcciones, cuando no de castigos, que Dios ha de enviar a esta nuestra humanidad, y que la Reina de la Paz cuando pedía orar y hacer sacrificios por los no creyentes decía con tristeza: “porque “¡no saben qué les espera!”.

Esa es la razón poderosa por la que la Santísima Virgen insiste al pedir oración por “aquellos que no conocen el amor de Dios” y les dedica un día especial, los dos de cada mes, en sus apariciones a Mirjana.

Evitemos pensar que los no creyentes son sólo aquellos que no van a Misa los domingos. Muchas personas pueden ir por hábito, por obligación impuesta por ellos mismos o por otros, pero no por verdadera fe ni porque hayan tenido un encuentro personal con Jesucristo.

Al comienzo de las apariciones, estando la iglesia parroquial de Medjugorje repleta, los videntes le dijeron a la Gospa: “Madre, estarás muy feliz al ver tantos fieles en la iglesia”, a lo que Ella respondió: “los verdaderos creyentes se cuentan con los dedos de la mano”.

La Madre de Dios no culpabiliza a esas personas sino que busca, como Madre que es, de esos también hijos suyos, la salvación para ellos y por eso apela a los otros hijos, los que siguen y viven sus mensajes para que la ayuden a salvarlos.

Entonces, los que “aún no conocen el amor de Dios” es una amplísima gama de personas que va de los indiferentes y tibios a los incorregibles que se rebelan abiertamente contra Dios, y a los satanistas.

Ahora mismo, en España hay todo un movimiento que se ha dado en llamar “Apostasía” y manifiesta delante de Catedrales exigiendo que se los cancele como bautizados. El bautismo no es algo que se pueda cancelar porque “imprime carácter”, es decir, que la señal espiritual es indeleble y, por eso mismo, no se reitera y es para siempre. En pocas palabras es un sacramento, como el del orden sagrado y la confirmación, para siempre. Sin embargo, allí están vociferando y llenos de odio rechazando al Salvador y a la Iglesia. Nuestra reacción, en este caso, aparte de la tristeza que pueda provocarnos, más que de indignación debería ser de intercesión por ellos y de reparación a Dios por la ofensa que se comete.

Al amor de Dios se lo puede desconocer por distintos motivos, por circunstancias de vida como el hecho de haber nacido en una cultura atea, por cerrazón personal, por indiferencia, por sofocamiento de conciencia, por opulencia y autosuficiencia, por soberbia, por apego al pecado, por caída profunda en el vicio, por ambición de dinero, de poder y de vida lujuriosa, por tibieza, por hipócrita fariseísmo y por un largo etcétera. Esas personas no han tenido, porque lo han rechazado o apagado en ellos, una experiencia del Dios vivo que es Amor. Pero, en tanto estén aún en esta tierra, ellos no están perdidos para siempre sino que Dios, en el momento menos pensado, puede tocar sus corazones, puede darles la iluminación que no tienen, puede vencer las resistencias que ellos mismos se han construido.

Si por un lado nos enfrentamos al misterio de la libertad del hombre, que lo puede llevar a rechazar a Dios y elegir para sí la muerte eterna, por el otro está el misterio del amor de Dios y de esa participación solidaria de su amor salvador que se llama la comunión de los santos. Comunión de los santos que se expresa en nuestra intercesión mediante oraciones y sacrificios, unidos a la intercesión ante el Padre de Cristo, de la Santísima Madre y de todos los santos y ángeles del cielo. Sin embargo, pese a que la mediación de nuestro Señor es de valor infinito, nuestra parte es fundamental e insustituible en el plan de salvación de Dios.

Quizás ahora, reflexionando, sobre quiénes son en concreto “aquellos que no conocen el amor de Dios”, nuestra oración y nuestro sacrificio cobre un nuevo sentido y se vea más motivado. Y aún más lo sea porque, segura y lamentablemente, habrá, entre ellos, muchas personas que conocemos, quizás parientes cercanos y amigos, que no están en un lejano horizonte sino en nuestras mismas cercanías. Es por ellos que estamos pidiendo y ofreciendo. Por ellos, para que no se pierdan y pierdan para siempre.

Permítaseme ahora ir a un tema práctico, sabiendo que algunos hermanos nuevos en la fe lo apreciarán. Se trata de saber o proponer cuáles pueden ser estas pequeñas y fervientes oraciones, de las que habla nuestra Madre. La respuesta inmediata es cualesquiera, con tal que sean del corazón. Pueden ser las simples oraciones que nos viene de la tradición y de la misma liturgia o bien jaculatorias conocidas. Sólo como ejemplos de adaptaciones podría ser el trisagio: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y de todo el mundo (o de aquellos que no te conocen)”; o bien la oración permanente del peregrino ruso: “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí y de todos los pecadores”. También la jaculatoria de Fátima: “Oh, Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno lleva al cielo a todas las almas y socorre principalmente a las más necesitadas (algunos dicen: “…perdona nuestros pecados”…. “a las más necesitadas de tu misericordia”), o bien “Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman”, y también: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el preciosímo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación por los ultrajes, indiferencias y sacrilegios con que Él mismo es ofendido y por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María os ruego la conversión de los pobres pecadores”. Esta última oración, dictada por el ángel a los niños de Fátima, es eminentemente eucarística, ya que se ofrece la Eucaristía, o sea la fe en la presencia real y verdadera de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, en reparación por las ofensas al mismo tiempo que se intercede por los pobres pecadores apelando a los Sagrados Corazones. Otra oración relativamente breve y efectiva es la coronilla de la Divina Misericordia, también eucarística. Y todas las que el Espíritu Santo nos dicte.

En el mismo orden de cosas, quienes puedan estar cerca de iglesias con la exposición permanente del Santísimo Sacramento podrán visitarlo frecuentemente durante el día y la semana, aunque sean breves visitas de reparación e intercesión.

En cuanto a las renuncias, qué ejemplo nos daban -no sólo de renuncias sino también de mortificación- los pastorcitos de Fátima cuando en el calor del mediodía estival no bebían agua, ofreciendo la sed para la salvación de las pobres almas o cuando se privaban de la merienda por lo mismo.

Dejando de lado, por obvio, que la primer renuncia es al pecado y todo lo que ofenda al Señor como modas y vida licenciosa y que todas esas renuncias deben ser para siempre, podemos ver cuántas cosas nos gustan y que podemos ofrecer al Señor como sacrificio además del ayuno de miércoles y viernes: el café, los dulces, determinadas comidas o bebidas, el mirar la TV, el ir al cine…

En definitiva, nuestra Madre del Cielo nos llama a ejercer concretamente esos tres pilares de la piedad en este tiempo cuaresmal y de gracia: la oración, la renuncia (el ayuno y otros sacrificios) y la misericordia.

Recordemos con san Pedro Crisólogo que los tres no pueden separarse. El santo llega a decir que quien posee uno solo de los tres y no posee los otros, no posee ninguno. A la oración sin la renuncia le está faltando el alma y sin la misericordia la razón de ser. Quien ora, que ayune, quien ayuna que se compadezca. “El ayuno no germina si la misericordia no lo riega”. “Tú que ayunas, piensa que tu campo queda en ayunas si ayuna tu misericordia; lo que siembras en misericordia, eso mismo rebosará en tu granero. Para que no pierdas fuerza de guardar, recoge a fuerza de repartir; al dar al pobre, te haces limosna a ti mismo; porque lo que dejes de dar a otro no lo tendrás tampoco para ti”. Esto no sólo vale para el dinero o el sustento material que demos a los indigentes sino, y muy especialmente, para los más pobres, los que están sumidos en la miseria del corazón y han desfigurado hasta hacerla irreconocible la imagen de Dios en ellos. Por estos pobres, los que no conocen el amor de Dios, dirijamos, a lo largo de nuestro día, nuestras súplicas del corazón al Señor y ofrezcámosle nuestras renuncias.

P. Justo Antonio Lofeudo mss
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