Comentario del mensaje del 25 de Febrero de 2010

“Queridos hijos: En este tiempo de gracia, cuando también la naturaleza se prepara a ofrecer los colores más hermosos del año, yo os invito, hijitos, a abrir vuestros corazones a Dios Creador, a fin de que Él os transforme y modele a Su imagen, para que todo lo bueno que se encuentra dormido en vuestros corazones, se despierte a una nueva vida y anhelo de eternidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

Debemos ponernos en manos de Dios. Él quiere transformarnos, moldearnos. Él quiere que su imagen brille en nuestros corazones y en el corazón de todos los hombres. Tenemos que reconocer la gran verdad que sin Dios nada podemos. El mensaje de la Gospa es claro: una invitación a ponernos en las manos de su hijo para que nos recree, para que nos salve. El problema es, desgraciadamente, que nos olvidamos que el objeto de nuestra vida, es la salvación derramada por Cristo desde su cruz y resurrección. Vivimos la vida cómo si Dios no estuviera presente. Cómo si nuestra vida fuera obra nuestra y la Providencia no contara. “Si Yahvé no construye la casa, en vano se afanan los albañiles; si Yahvé no guarda la ciudad, en vano vigila la guardia” (Ps., 127, 1). Es vano todo lo que hacemos si Dios no está en nosotros. Él desea estar en nuestras vidas, junto a nosotros y tiene preparado un plan para cada uno.

Nuestro corazón está a menudo hundiendo sus raíces en el pecado. No anhelamos la eternidad porqué ello nos obliga a renunciar a los bienes pasajeros, a nuestro hedonismo, a nuestro orgullo, a creernos amos de todo y de todos. No anhelamos la eternidad porqué es más fácil vivir la vida desde nosotros que desde Dios. No queremos despertar porque despertar significa encararnos con nosotros mismos y percatarnos cuan lejos estamos de ser imagen de Dios. ¿Porqué el mundo no se rinde a la luz divina? Pues por nuestra falta de conversión, de vida en el Espíritu. Si tú y yo nos convirtiéramos… Estamos llamados a ser testimonios de esa luz tan grande. Si ella no brilla en nosotros es que debemos convertirnos. Eso es la cuaresma: camino de la Pascua, camino de conversión, de encuentro gozoso con Cristo. Como nos dice San Cirilo de Jerusalén: “No manches tu carne con el estupro, ni ensucies este hermosísimo vestido; pero si lo has manchado, límpialo ahora por la penitencia, y lávalo mientras se da el tiempo conveniente” (Cat., 4, 23). Lavar el vestido es dejar que el resucitado nos modele, nos vivifique, nos purifique. Sólo a través de la Iglesia podemos encontrarnos de verdad con Cristo. La Iglesia nos ofrece medios de salvación, de presencia del Resucitado. El mensaje de la Virgen es siempre el mismo, las piedrecitas: Oración con el Rosario, Eucaristía, lectura de la Biblia, Ayuno y confesión mensual. En este tiempo tan hermoso de la cuaresma es bueno que, con especial devoción, nos confesemos para que la luz queme nuestros corazones, para lavar el vestido. Hay que sentir la misericordia de Dios para ser portadores de la misericordia a nuestro mundo.

“Lo mismo que el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, casa de Israel” (Jer., 18, 6). Somos como arcilla en manos del Señor. Si nos rompemos sólo Él puede repararnos. Él tiene una paciencia inmensa y espera siempre nuestra mirada. ¿Cómo vamos a rechazar la llamada a la conversión? Debemos transplantar las raíces ancladas en el pecado y ponerlas en la tierra buena de la redención. Somos hechura de las manos de Dios, ¿cómo no vamos a dejarnos reparar por Él? Igual que el alfarero hace y repara las vasijas, así quiere el Señor trabajarnos hoy.

¡Qué la Virgen nos ayude a poner, como ella, nuestra vida en manos de Dios¡

P. Ferran J. Carbonell