Comentario del mensaje del 25 de Mayo de 2001

Queridos hijos, en este tiempo de gracia los invito a la oración. Hijitos, trabajan mucho pero sin la bendición de Dios. Bendigan y busquen la sabiduría del Espíritu Santo para que los guíe en este tiempo, a fin de que comprendan y vivan en la gracia de este tiempo. Conviértanse, hijitos, y arrodíllense en el silencio de su corazón. Pongan a Dios en el centro de su ser, para que puedan en alegría testimoniar las bellezas que Dios les da continuamente en su vida. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

Queridos hijos, en este tiempo de gracia los invito a la oración
La gracia es regalo de Dios, es su favor, su auxilio enteramente gratuito que Él mismo nos da para que podamos responder a su llamado, para que podamos salvarnos, para que podamos ser hijos en el Hijo, para que podamos participar de la vida eterna, de la vida de Dios mismo.
La gracia es algo inmenso, inconmensurable que no podemos del todo entender ni menos medir porque viene del amor de Dios que es infinito. Él desde su eternidad nos agració con la vida, vida de hombre que nos dio, con esa misma naturaleza que Él asumió en la persona del Verbo. Y Él, el Señor, ahora desde su eternidad penetra nuestro tiempo para darnos esta sobreabundancia de su favor y no sólo rescatarnos sino hacernos santos.
Este llamado de nuestra Madre es antes que nada un llamado a la santidad. Una invitación que contiene otra: la de la oración. Porque sólo es posible responder a la gracia de Dios mediante la comunicación de la oración. Porque sin la oración no se alcanza la santidad. De la oración nace el resto, toda acción santificante. Por ello mismo, nos dice a continuación:

Hijitos, trabajan mucho pero sin la bendición de Dios
Es decir, toda actividad es vana sin la oración. Con la oración, dialogando con Dios, al que no vemos pero que sí nos escucha, obtenemos de Él la gracia de la bendición. Puesto que orando preparamos nuestro corazón para acoger la gracia, la bendición que Dios quiere darnos, para que Él complete en nosotros lo que Él mismo comenzó. Comenzó desde el primer momento de nuestra concepción cuando sopló la vida y nos dio el acto de ser. Acto de ser que continúa dándonos a cada instante ya que nos sostiene en la vida. Obra que sigue ejecutando día tras día, la mayor de las veces sin que lo notemos porque estamos sumidos en actividades que no dejan ver al Creador. Lo curioso y lamentable es que esto también se aplica para quien trabajando para el Reino, y descuidando la oración, sumergido en voraz activismo por ocuparse de las obras del Señor, se olvida del Señor de las obras.

Bendigan y busquen la sabiduría del Espíritu Santo para que los guíe en este tiempo, a fin de que comprendan y vivan en la gracia de este tiempo
La gracia es principalmente don del Espíritu Santo. El Espíritu que nos justifica, nos santifica y que también derrama en nosotros sus dones para que cooperemos en la salvación de nuestros hermanos y seamos constructores de su Iglesia. Bendecir la sabiduría y buscarla, nos dice María que es Sede de Sabiduría, es ser conducidos por el Espíritu que nos muestra la verdad toda entera, la verdad de la gracia de este tiempo y que hace que nosotros no seamos meros testigos ajenos de ella sino que la vivamos. Que nuestro testimonio ante un mundo en tinieblas sea el resplandor de esa gracia que pasa por nosotros. Pero, sólo se bendice y se busca en la oración al Espíritu.
Recordemos lo que nuestra Madre nos ha dicho en Medjugorje: “Ustedes piden muchas cosas pero no piden lo más importante: el Espíritu Santo. Si piden el Espíritu lo tendrán todo”. En el Espíritu recibimos la sabiduría que nos permite reconocer las inspiraciones de Dios que nos conducen, en la docilidad al Espíritu, por el justo camino en tiempos que –para aquellos que no aceptan la gracia- son de gran extravío. Quien vive el tiempo de gracia a nada debe temer por oscuro que se pueda presentar el horizonte.

Conviértanse, hijitos, y arrodíllense en el silencio de vuestro corazón
Aunque es Dios quien nos convierte, aunque es obra del Espíritu Santo cambiar nuestro corazón de piedra por uno de carne, soplar en nosotros un nuevo espíritu para hacer de cada uno un ser nuevo que dirija su mirada a Dios, sin nuestra actitud interior, sin nuestro consentimiento a la gracia recibida no puede haber conversión.
¡Qué bella expresión es la de nuestra Madre Santísima! Nos llama al recogimiento interior, a arrodillarnos no tan sólo como manifestación exterior sino sobre todo interior. Casi en la intimidad del cuarto, cuando estamos solos frente a nuestro Dios, allí, en esos momentos, inclinar todo nuestro ser en el silencio para recibir de Dios las gracias, sus bendiciones, para ser abrazados por su amor.

Pongan a Dios en el centro de vuestro ser, para que puedan en alegría testimoniar las bellezas que Dios les da continuamente en vuestra vida
Somos templos del Espíritu y habitados por Dios. Esa es su voluntad. Hemos sido introducidos en la intimidad de la vida trinitaria por el Bautismo que nos hace partícipes de la gracia de Cristo. Y de la plenitud de Cristo –como nos dice san Juan- recibimos gracia tras gracia. La primera de ella el don del mismo Espíritu que hace que reconozcamos a Jesús como Señor y llamamos “Abba”, “Padre” a Dios.
Somos deudores del amor de Dios y lo menos que debemos hacer es complacer su voluntad de estar en nosotros. Jesús nos dice: si ustedes observan mis mandamientos permanecen en mi amor, así como yo cumplí con el mandamiento del Padre y permanezco en su amor. Permanecer en el amor de Cristo es recibir todos los frutos de su amor. Para permanecer en su amor y dar muchos frutos es necesario cumplir con su ley de amor, (cf Jn 15,7ss) y dejarnos penetrar por su Palabra. Cuando así hacemos estamos centrando nuestras vidas en Dios. Entonces, son palabras de Jesús, lo que pidamos nos será dado. Si sus palabras permanecen en nosotros haremos, como Cristo, la voluntad del Padre y el Padre nos mostrará todo su amor que hará de nosotros testigos alegres y agradecidos de toda la belleza de Dios reflejada en nuestra vida.
Leamos una vez más el mensaje de la Reina de la Paz y roguemos su intercesión para recibir la plenitud de la gracia de este tiempo que nos es regalado por la misericordia de Dios.