Comentario del mensaje del 25 de Mayo de 2009

“¡Queridos hijos! En este tiempo, os invito a todos a orar por la venida del Espíritu Santo en cada criatura bautizada, para que el Espíritu Santo os renueve a todos y os conduzca por el camino del testimonio de vuestra fe, a vosotros y a todos aquellos que están lejos de Dios y de Su amor. Estoy con vosotros e intercedo por vosotros ante el Altísimo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

María, la llena de Gracia, fue dócil al querer del Espíritu Santo. En la concepción el Espíritu “la cubrió con su sombra”, después acompañó y preparó a los apóstoles para que recibieran el don. “Dios no quiso manifestar solamente el misterio de la salvación humana antes de enviar el Espíritu prometido por Cristo. Por eso vemos a los Apóstoles, antes del día de Pentecostés, ‘perseverar en la oración unidos, junto con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús y sus parientes’ (Hch. 1, 14). María pedía en sus oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su sombra” (L.G. 59). Ella ayudó a preparar a la primera comunidad para la recepción del Espíritu Santo y ahora también quiere que nos preparemos nosotros. Con la oración, renovando en nosotros el don del bautismo, siendo testimonios del Dios vivo, y en definitiva, siendo cristianos conscientes del gran don recibido. El Espíritu está vivo en nosotros y anhela poder manifestarse como fuego que abrasa todo. Fuego que da un nuevo aliento de vida, fuego que purifica, fuego que abrasa nuestros corazones y nos llena de gracia y amor. Sin ese don es imposible luchar contra el pecado, sin Él no podemos aspirar a una verdadera vida cristiana. Hemos de acoger esa llamada de la Virgen a orar, como los Apóstoles, por la venida del Espíritu Santo, lo necesitamos. Sentir la presencia de Dios, sentir su fuerza y luz.

“El origen eterno del Espíritu se revela en su misión temporal. El Espíritu Santo es enviado a los Apóstoles y a la Iglesia tanto por el Padre en nombre del Hijo, como por el Hijo en persona, una vez que vuelve junto al Padre. El envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad” (CEC. 244). Padre, Hijo y Espíritu son Dios. Ese Dios que por medio del Espíritu continúa guiando a su Iglesia para que todo hombre lo encuentre a Él. La intención del mensaje de la Virgen es que entremos en esa intimidad intratrinitaria que salva. El Espíritu Santo nos revela la verdad completa, la profundidad misericordiosa de nuestro Dios. Orar por la venida del Espíritu, desear con todo nuestro corazón esa Vida espiritual, es desear a Dios mismo. La Gospa busca ponernos en el único camino posible para un cristiano.

Gracias al Espíritu Santo los alejados pueden encontrar la salvación. Resuena en nosotros esa llamada a la vida en Cristo. “Este solo Espíritu Santo bastará a consolarte y dar alegría a tu tristeza. ¡Y cómo lo sabe Él hacer! Yo supe de uno a quien el Espíritu Santo se le quiso comunicar tantico y como loco salió por las calles. ¿Queréislo ver? Miradlo por los apóstoles, que antes que el Espíritu Santo viniese estaban tan acobardados, tan medrosos, que no osaban salir, sino tenían la puerta del cenáculo cerrada. Ansí como el Espíritu Santo vino en ellos, abren las puertas de par en par, salen por esas plazas y comienzan a predicar a Jesucristo” (san Juan de Ávila, Sermones del Espíritu Santo, Madrid 1998, p. 31). Ese es el impulso que da el Paráclito, el del anuncio, el de la valentía predicando la proximidad del Reino. ¡Con alegría, abramos nuestros corazones al Espíritu! Él nos defiende, pone en nuestros labios la palabra necesaria para ser anunciado. No es necesario estudiar, no es necesario saber. Sólo vivir de Dios, unidos a Él.

“Si pues, vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Lc11, 13). ¡Confiemos, tengamos fe! Pidamos con insistencia el don del Espíritu, sus carismas, y el nos hará predicar con valentía y alegría su Evangelio. ¡Qué María, esposa del Espíritu Santo, interceda por nosotros!

P. Ferran J. Carbonell