Comentario del Mensaje del 25 de Noviembre de 2006

“¡Queridos hijos! También hoy los invito: oren, oren, oren. Hijitos, cuando oran están cerca de Dios y El les da el deseo de eternidad. Este es un tiempo, en que pueden hablar más de Dios y hacer más por Dios. Por eso no se resistan, sino permitan, hijitos, que El los guíe, cambie y entre en su vida. No olviden que son viajeros en camino hacia la eternidad. Por eso, hijitos, permitan que Dios los conduzca como un pastor a su rebaño. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Cuando la Santísima Virgen nos pide “oren, oren, oren”, no nos está pidiendo una oración sino que seamos orantes, que no dejemos la oración porque por ella respiramos y por la oración nos acercamos a Dios.

La oración nos permite entrar en intimidad con Dios, hablar con Él como con un amigo. Cristo llamó a los suyos “amigos”, les dijo: “Ya no os llamo siervos sino amigos” (Cf Jn 15:15). Nosotros queremos ser amigos de Cristo, amigos de Dios, claro que sí. A un amigo lo visitamos y hablamos con él y si así no hiciéramos no seríamos amigos de esa persona. Pues, al Señor debemos visitarlo en su Iglesia, tener nuestros momentos de adoración y hablarle, que es orar. Hablar de amores, llamaba a la oración, santa Teresa de Jesús.

Dios nos muestra su cercanía porque si bien es cierto que Dios es un Dios oculto (Cf Is 45:15) también es no menos cierto que es Dios revelado que se deja encontrar para quien lo busca con sincero corazón. “Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca” (Is 55:6), dice el Profeta Isaías. “Que el malvado abandone su camino y el hombre perverso, sus pensamientos; que vuelva al Señor, y él le tendrá compasión, a nuestro Dios, que es generoso en perdonar” (Is 55:7).

Hay momentos en que el ocultamiento de Dios, de quien es toda iniciativa, se debe a nuestro pecado y entonces no habla. Hubo un largo tiempo en que Israel no tuvo profetas, ya que Dios no les hablaba por motivo de la infidelidad de su pueblo. Otras veces, ocultándose prueba nuestra voluntad y nuestra humildad.

Dios se oculta pero se revela en Cristo Jesús que es la imagen perfecta del Padre. Quien ha visto al Hijo ha visto al Padre, le dice el Señor a Felipe cuando éste le pide que le muestre al Padre (Cf Jn 14:9). Es el Hijo quien nos revela el Padre. “Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Cf Lc 10:22). Sólo por Cristo podemos acudir a Dios.

Pero, aún en Cristo la revelación de Dios tiene mucho de escondimiento porque Dios no ha querido imponerse a nuestra libertad y por eso muchos pueden rehusarse a creer. Dios en Cristo está lo suficientemente oculto para que se lo busque y lo suficientemente cerca para que se lo encuentre. Pascal escribió: “hay suficiente luz para quienes desean sólo ver y suficiente oscuridad para los que tienen una actitud contraria”.

Pero hay además otro aspecto de la cercanía y del ocultamiento de Dios: conociendo los otros mensajes de la Reina de la Paz, nos podemos dar cuenta que esta cercanía de Dios es una gracia especial de este tiempo que ha de llegar a su fin, que si bien no sabemos cuándo intuimos que el momento no está demasiado lejos. ¿Acaso en el mensaje del pasado mes de octubre no nos decía la Madre de Dios: “Hoy el Señor me ha permitido que les diga nuevamente que viven en un tiempo de gracia. No están conscientes, hijitos, de que Dios les da una gran oportunidad para que se conviertan?”.

Las apariciones, esta larga permanencia de María Santísima, son también una manifestación de la cercanía de Dios, que se “deja encontrar”. Y cuando encontramos a Dios encontramos el verdadero sentido de la vida, encontramos la paz con la que Él sella nuestro corazón y la certeza que esta vida es un peregrinar hasta la vida eterna, que somos trashumantes, itinerantes sin morada fija porque nuestra morada está en el cielo, y anhelamos la eternidad que ya está presente en nosotros porque el hombre –aún sin ser consciente de ello- es el ser nostálgico de infinito y de eternidad y hasta que no encuentra a Dios, su Creador y Salvador, no reposa su corazón.

En el mensaje anterior nos recordaba que el tiempo es breve. Seguramente aludía al tiempo que queda para que grandes acontecimientos contenidos en los secretos comiencen a desencadenarse, pero también se refería al tiempo de nuestra vida en la tierra.

Porque el tiempo de la gracia puede ser el mismo tiempo de nuestra vida y debemos buscar y encontrar a Dios ahora, aquí, en tanto tengamos abiertas las puertas de su gracia, de su perdón, porque cuando llegue la hora de entregar nuestra alma al Creador estaremos entonces cerca sí de Jesucristo, pero como Juez para ser juzgados por nuestras obras, por las palabras que hemos pronunciado, por los pensamientos más íntimos que hemos cultivado y por las omisiones al amor que hemos tenido.

Sobre la muerte el mundo de hoy muestra distintas actitudes negativas. Una es tratar de conjurarla burlándose, invocándola por medio de distintos medios y esto se da sobre todo con la mayoría de la juventud a través de las vestimentas, de lo que leen y ven, y especialmente de lo que escuchan. Música satánica que no sólo habla de muerte sino que incita a la muerte, al homicidio y al suicidio. La otra actitud es la de querer disfrazarla y alejarse de ella cuando se trata de muerte real y no imaginada. Hacer de cuenta que no existe. Finalmente, la otra forma de encararla, igualmente negativa, es la indiferencia acerca del “después” de la muerte tratando de pasar (si fuera esto posible!) los días sin pensar y ahogando en el ruido, en el ofuscamiento, en la diversión constante toda posibilidad de interpelación, o bien buscando en religiones absurdas explicaciones mentirosas como la transmigración de las almas o la reencarnación.

Por eso la recurrencia en los mensajes acerca de la brevedad de esta vida. La Madre de Dios insiste en que estamos de paso porque nos ve distraídos con las cosas de la tierra e indiferentes cuando en verdad nos estamos jugando en esta vida la eternidad y nuestro destino debería ser el Cielo. Ella quiere sacudirnos de ese aletargamiento y hacernos pensar en la eternidad y la eternidad viene de un conocimiento genuino de Dios y de la gracia que Él nos da para que anhelemos la vida eterna.

A Dios lo encontramos en la oración, en la contemplación adorante, lo encontramos en los sacramentos de la Iglesia, porque “el Señor está cerca, está cerca de los que lo invocan de verdad” (Slm 145:18). Al acercarnos a Dios entramos en contacto con lo trascendente, con lo infinito y eterno.
La Santísima Virgen, al recordarnos nuevamente que éste es tiempo de gracia, lo expresa diciendo que es un tiempo en que podemos hablar más de Dios y hacer más por Dios. Es que hablar de Dios y hablar con Dios son gracias que Él nos da, así como la de trabajar para su Reino. Vemos, entonces, cómo todo está contenido en este tiempo de gracia, de misericordia, en el que estamos viviendo y que debemos aprovechar porque está en la naturaleza del tiempo el tener un término.

Cuando, ante la insistencia de estos mensajes que buscan despertarnos a esta realidad que debemos aprovechar, reparamos en el sentido último que nuestra Madre nos transmite, viene a nuestra mente el mensaje que el Señor le dio a Santa Faustina Kowalska sobre el tiempo de su misericordia. Decía el Señor que quien no quiera entrar por las puertas de su misericordia deberá entrar por las de su justicia. “Escribe -dice el Señor a sor María Faustina-: Antes de que yo venga como Justo Juez, abro de par en par las puertas de Mi Misericordia, pero el que no quiera entrar por las puertas de Mi Misericordia tendrá que pasar por las puertas de Mi Justicia” (Del Diario de Faustina Kowalska).

Por eso, la Madre de Dios nos pide que no nos resistamos a tanta gracia y que dejemos que Dios haga en nosotros su obra, que nos guíe, nos modele, nos cambie. Que le permitamos que –como profetiza Ezequiel- cambie nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, que infunda en nosotros un espíritu nuevo (Cf Ez 36:25). Nos pide que usemos nuestra libertad, con la que Dios nos creó y que Él mismo respeta, para que nos dejemos conducir confiadamente por Dios, como lo hacen las ovejas que van tras el pastor. Cuando consagramos nuestra libertad a Dios es cuando somos verdaderamente libres, libres de todo mal, libres de toda mentira.

Nuestra Madre, como el Señor, quiere que sus hijos gocen de una vida en plenitud, que ya comiencen a degustar las delicias del Cielo en esta tierra, y quiere encontrarlos en la vida que no tiene fin, en ese Reino de los Cielos que su Hijo vino a establecer en la tierra y que ha de venir con gloria y con poder.

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
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