Comentario del mensaje del 25 de Noviembre de 2008

“¡Queridos hijos! Hoy también os invito, en este tiempo de gracia, a orar para que el pequeño Jesús nazca en vuestro corazón. Él, que es la misma paz, dé la paz a todo el mundo a través de vosotros. Por ello, hijitos, orad incesantemente por este mundo turbulento sin esperanza, para que vosotros os convirtáis en testigos de paz para todos. Que la esperanza comience a fluir en vuestros corazones como un río de gracia. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

La invitación a la oración de la Virgen María es continua. Ella siempre nos invita a orar. A estar en intimidad con Cristo. Sin la oración nos cerramos a su gracia, a que Él pueda estar en nuestros corazones. Sólo el que vive unido a Cristo puede darlo a conocer en su vida. Por ese motivo la Madre nos insiste. Jesús desea fervientemente inundar con su vida nuestros corazones. ¿Por qué le ponemos tantas barreras? ¿Cuáles son nuestros temores?

Cristo quiere darse al mundo a través de nuestras vidas. Él, que es todo, necesita de nosotros para hacer su obra. No se trata de una necesidad física o afectiva, se trata de expresar el amor con un movimiento intraTrinitario. El amor siempre se da, si es verdadero siempre es para otro. Pero el que tiene realmente necesidad es el hombre. El hombre en su pequeñez necesita de la Caridad divina para existir. Durante la Segunda Guerra Mundial, Münster, fue objeto de un bombardeo muy intenso. En su curso fue destruida una de las iglesias en las que se veneraba desde antiguo un hermoso crucifijo. Se explica que el Cristo del crucifijo perdió los brazos y alguien le escribió esta magnífica oración: “Cristo no tiene brazos, tiene los tuyos para crear un mundo donde brille la justicia y la paz; Cristo no tiene manos, tiene las tuyas para brindar ayuda al que necesita consuelo; Cristo no tiene dedos, tiene los tuyos para fortalecer al débil y alentar al triste”. Esa es la llamada de la Gospa: qué a través de nuestras vidas hagamos presente a su Hijo. Somos llamados a ser los brazos y, también, las piernas de ese Cristo que en la cruz nos ha salvado dando su vida y derramando desde su costado abierto la gracia de su amor. Servir en nombre de Jesús. Enseñar a Jesús a través de nuestras vidas santas. Ser testigos de Su amor.

“Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb. 10, 23). El mensaje nos dice, además, que el mundo está sin esperanza y que de la esperanza debe fluir la gracia. Cristo es nuestra esperanza y toda gracia viene de Él. La esperanza es un don, una virtud teologal que debemos pedir y conservar. Nos recuerda que Dios es siempre fiel y que un día nos reuniremos con Él. Uno de los males mayores del mundo es que ha perdido la esperanza y perdiendo a ésta se ha vuelto turbulento, oscuro. El cristiano ha de devolver la esperanza al mundo, ha de llevarlo a Belén. La esperanza está en la Navidad ¡Qué el buen Dios nazca en nuestros corazones y que transforme el mundo¡ Nosotros no podemos pero con Cristo, lo podemos todo. El mensaje de la Virgen en este tiempo en el que se aproximan las fechas santas de la Navidad es muy claro: Nos recuerda que hemos sido creados para Dios. “Sea Dios vuestra casa, y sed vosotros la casa de Dios, vivid en Dios, para que Dios viva en vosotros. Dios vive en vosotros para reteneros y haceros perseverar, y vosotros vivís en Dios para no caer” (San Beda el Venerable, In epist. Joann.). En resumen todo lo debemos a Dios y entreguémonos totalmente a Él.

¡Qué María la Madre nos ayude a todos a vivir un Adviento santo, con frutos de conversión y llenos del don de la espera!

P. Ferran J. Carbonell