Comentario del mensaje del 25 de Noviembre de 2011

“Queridos hijos: Hoy deseo daros esperanza y alegría. Todo lo que está alrededor vuestro, hijos míos, os conduce hacia las cosas terrenales. Sin embargo, yo deseo conduciros hacia el tiempo de gracia, para que durante ese tiempo estéis lo más cerca de mi Hijo, a fin de que Él os pueda guiar hacia Su amor y hacia la vida eterna que todo corazón anhela. Vosotros, hijos míos, orad, y que este tiempo sea para vosotros tiempo de gracia para vuestra alma. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”

La esperanza y la alegría se unen en el encuentro con Cristo. “La verdadera alegría es el Creador; justo es, por tanto, que no encuentre sino tristeza quien abandona al Creador para buscar en sí mismo el gozo” (san Gregorio Magno, 1,12). Pero todo lo que nos rodea busca fomentar nuestro egoísmo y el deseo de las cosas terrestres. Fácilmente sucumbimos ante los encantos de las cosas materiales o ante las cosas que gustan a nuestros sentidos. No nos damos cuenta de que eso son cantos de sirenas. Cosas que esclavizan nuestras vidas y no las dejan ser del Señor. “Así pues, ya que aspiráis a los dones espirituales, procurad abundar en ellos para la edificación de la asamblea” (1Cor. 14, 12). Debemos aspirar a los bienes que proceden de Dios, de lo alto. No podemos quedarnos con lo que el mundo nos ofrece. Sólo si buscamos aquello que viene del cielo tendremos vida para siempre. Las cosas materiales perecen, el placer se acaba, sólo perduran el amor y la gracia. Únicamente las cosas de Dios son para siempre. Lo que vivimos ahora es para la eternidad, si deseamos a Dios con Él nos encontraremos. Nos acostumbramos tanto a ser el centro de todo, hacemos que el mundo entero ruede a nuestro alrededor. Es necesario que rompamos con ese círculo en el nos pretenden encerrar. Nos hacen creer que las cosas no pueden cambiar. Cristo lo cambia todo, para Él no hay nada imposible, para eso ha venido. Nos quiere comunicar su vida que es la de Dios, su gracia que es un regalo que nos eleva hasta su presencia. Podemos romper con el egoísmo, podemos convertir nuestras vidas, mejor, Cristo puede todo en nosotros. Hay que pedirlo. Hoy nos repite: “Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan” (Lc. 11, 28). Oír y cumplir la palabra eso nos puede ayudar a salir de nosotros. Oír y guardar, ¡ese es el secreto!

Nuestra máxima aspiración, aquello que verdaderamente anhela nuestro corazón es la intimidad con Cristo. El mundo intenta que olvidemos eso. No habla de vida eterna, no habla de gracia, no habla de salvación, no quiere que nos percatemos de la presencia del maligno, no habla de pecado… ¿Qué le pasa a nuestro mundo que ha olvidado esas verdades fundamentales? ¿Qué nos pasa todos que intentamos caminar como si esas certezas no lo fueran? El mundo se empeña en vivir como si Dios no existiera y de esa manera se seca, se pierde. La desorientación del mundo nos afecta a todos. Los cristianos parece, muchas veces, que nos dejamos dominar por las riquezas y los placeres de este mundo. Y morimos, aunque vivamos físicamente, nuestra alma se agota. Somos capaces de dejar al Señor y auto esclavizarnos por lo que no vale. Pecamos y llamamos a eso de otra forma, nos justificamos. Lo que da orientación, sentido a nuestra existencia es la luz de Cristo. Y esa Luz es la que debemos dar de palabra y con obras. “Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa” (Mc. 9, 41).

Tenemos que intentar aprovechar la gracia que Dios nos regala abundantemente. Nuestro corazón no puede permanecer cerrado ante tanto amor. En esa labor la oración faculta nuestro encuentro con el Salvador. “Con la oración y el sacrificio se prepara la acción” (san Juan Bosco). El anuncio de Cristo es posible si nos armamos de la oración y del sacrificio. Sin buscar permanentemente el amor de Dios no podremos jamás comunicarlo.

“Así como cuando vivía Jesús iba usted, ¡Oh Madre!, con el cántaro sobre la cabeza a sacar agua de la fuente, venga ahora a tomar agua de la gracia y tráigala, por favor, para nosotros que tanto la necesitamos” (san Alberto Hurtado Cruchaga, S.J). ¡Qué la Gospa nos de lo que tanto necesitamos de su Hijo, nuestro Salvador!

P. Ferran J. Carbonell