Comentario del mensaje del 25 de Octubre de 2012

“Queridos hijos, hoy os invito a orar por mis intenciones. Renovad el ayuno y la oración, porque Satanás es astuto y atrae muchos corazones al pecado y a la perdición. Yo os invito, hijos míos, a la santidad y a vivir en la gracia. Adorad a mi Hijo para que Él os colme con Su paz y Su amor que vosotros anheláis. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!”.

“Fíate en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propia prudencia” (Proverbios 3, 5). Muchos corazones son orgullosos, confían sólo en lo que ellos pueden lograr. Esos acaban zozobrando y hundiéndose en el sinsentido. El Señor nos pide que decidamos confiar en Él. Tenemos necesariamente que confiar en el Señor. ¡Qué fácil le es al corazón del hombre perderse! La falta de confianza deshace cualquier posibilidad de encontrarse con Dios, y, aún, de realizar la tarea que el Divino amor nos tiene encomendada. “Jesús, haz de mí lo que Tú quieras. Te adoraré de todas maneras. Que se haga tu santa voluntad. Yo glorificaré tu infinita misericordia. Y, repentinamente, cesaron mis terribles tormentos y vi a Jesús y me dijo: Yo estoy siempre en tu corazón”. (Santa Faustina Kowalska). Esa es la actitud que debe reinar en nuestro corazón: entrega total al Señor. La respuesta de Jesús es habitar en nuestro interior. Regalarnos su gracia y su amor. No es tan difícil. Se trata de creer que aquello que “para Dios no hay nada imposible” (Lc, 19, 26c). Debemos dejarnos a Él ante cualquier problema, debemos abandonarnos sin ningún temor. Si nos despreocupamos de nosotros para dejar que el Espíritu Santo sea el que se preocupe… Dios cambiará todo. Si por el contrario queremos controlarlo todo y pensamos que todo lo hacemos nosotros con nuestro esfuerzo… el desastre está garantizado. Satanás penetra sin dificultad en los corazones que no confían, en los tibios faltos de fe. Por el contrario no puede nada con aquellos que se abandonan al Señor y rezan de corazón. “La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor” (Santa Teresa de Lisieux). Podemos pedirlo, hemos de hacerlo: ¡Señor aumenta nuestra fe!

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8:32). La libertad es imprescindible para la fe. Somos libres para creer. Para adherirnos al mensaje de Cristo, a su Evangelio. Para cambiar nuestro corazón y dejarnos cambiar por la Verdad. La libertad es un gran don que Dios hace al hombre en la creación, pero la libertad comporta una responsabilidad. El mal uso de la misma provoca el primer pecado de nuestros padres y, hoy sigue siendo nuestro problema. El hombre de hoy orgullosamente cree que la libertad es para hacer sólo lo que él quiera. Se olvida de la voluntad de Dios. ¿Para qué nos ha hecho Dios? No podemos amar bajo coacción. Amar es un acto libre del corazón. Por eso es necesario convertirse en buscadores de la verdad, con ella podemos ser libres y amar lo que realmente vale la pena. Verdad y libertad están para siempre asociadas en la vida del cristiano. Pero ambas obligan al hombre a comportarse responsablemente. No podemos obligar a nadie a creer o a amar a Cristo. Pero sí podemos enseñarles la verdad que hemos descubierto. “Si el mundo va contra la verdad, entonces Atanasio va en contra del mundo” (San Atanasio). Con nuestra palabra y con nuestro testimonio. No podemos renunciar a anunciar a Cristo resucitado. Podemos ser perseguidos, podemos no ser muchos, pero no podemos renunciar a sonreír con la alegría del resucitado. Somos un pueblo de vencedores si nos asociamos a Cristo a través de su Iglesia. Eso no es fanatismo. Nosotros sabemos de quién nos fiamos. Podemos razonarlo y transmitirlo. No, no somos fanáticos, somos seguidores radicales del Maestro. Y el Señor no quiere poco, lo quiere todo. Nos ha hecho por amor y para el amor. Quiere recuperar ese amor para la eternidad. “Todavía está la luz entre vosotros, pero no por mucho tiempo. Caminad mientras tengáis esta luz, para que no os sorprenda la oscuridad. Porque quien camina en la oscuridad no sabe a dónde se dirige. Mientras tengáis la luz creáis en ella; solamente así seréis hijos de la luz” (Jn 12, 35-36). No podemos esconder esa luz, tenemos que anunciarla.

El centro es Cristo. El ayuno, la oración verdadera, la Eucaristía como alimento, la Biblia, la confesión son las armas que debemos usar en este tiempo para aumentar nuestras defensas ante el maligno y aumentar nuestra fe. El Año de la Fe pretende que los cristianos seamos conscientes de lo que se nos a anunciado y seamos capaces de formarnos para llevar ese mensaje a nuestra sociedad. No podemos quedarnos indiferentes. El fruto de todo es el amor. Pensar más en el bien de nuestros hermanos que en el nuestro propio. “A la tarde te examinarán en el amor; aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (San Juan de la Cruz).

¡Qué la Gospa nos ayude a afrontar estos tiempos con decisión y valentía!

P. Ferran J. Carbonell