Comentario del mensaje del 25 de Septiembre de 2005

“¡Queridos hijos! Los llamo en el amor: conviértanse, aunque estén lejos de mi corazón. No lo olviden: yo soy su madre y siento dolor por cada uno que está lejos de mi corazón, pero no los dejo solos. Creo que pueden abandonar el camino del pecado y decidirse por la santidad. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”

Al querer comentar este mensaje, la primera pregunta que surge es ¿qué se puede agregar o qué se puede explicitar en un mensaje como éste? La respuesta es: muy poco, porque el mensaje habla por sí solo y porque es muy claro el llamado.

La impresión que se recoge al leerlo, el tono que podemos imaginar en el cual fue dicho, son los de un mensaje que nace del dolor del Corazón de la Madre que ya no tiene más recursos para apelar ante sus hijos y les está diciendo: aún cuando no me amen, aún cuando no me reconozcan como Madre de ustedes, sepan que yo siempre seré la Madre que los ama, y que por amarlos con amor maternal y divino siento un profundo dolor porque no quiero verlos perderse y perderse para siempre. Aunque no me escuchen, porque los amo no puedo dejar de llamarlos, y lo haré hasta el último momento. Que este clamor mío que viene del amor más sublime sea más fuerte que la dureza de sus corazones y puedan ustedes responder abriendo sus vidas a Dios. Y hasta parecería decir: conviértanse que no queda más tiempo. No pierdan más tiempo para convertirse. Tengo aún confianza en que pueden dejar ese camino que los está llevando a la ruina, que pueden despertar del sopor letal y ver un nuevo amanecer aprendiendo a amar, que esto es, decidirse por la santidad.

La Santísima Virgen nos muestra que no se da por vencida, porque interviene para que aún aquel que está más sumido en el pecado le sea posible, con la gracia divina, salir de su situación. María es la Madre que sigue junto a cada uno de sus hijos y que, por más que sus hijos estén en la mayor oscuridad, tanta de no percibir su presencia, Ella no los abandona y a nadie deja solo.

El mensaje presenta, además, otro aspecto que podría pasar por alto y es el siguiente: uno podría pensar que está dirigido únicamente a aquellos hijos que no aman a la Virgen por la razón que fuere y que están alejados de Dios, inmersos en un mundo de pecado y que, como no es el propio caso, el mensaje a uno no le toca, no le incumbe. Bastaría con darse por enterado, quizás dedicarle alguna mención en las intenciones de las oraciones por la conversión de tales personas. Pues si esto pensamos, estaremos en un gran error. Ante todo porque todos nosotros somos pecadores y tenemos necesidad de constante conversión. Cada vez que pecamos de obra, de palabra o por omisión o nos entretenemos en malos pensamientos, nos alejamos de Dios y de la Madre de Dios aún cuando ni Dios ni la Santísima Virgen se alejen de nosotros. Luego, porque si realmente estamos cerca de su amor, entonces nos debería doler todo hermano que está perdido y no encuentra el camino de salvación, que es Cristo, Camino y Salvador. Es entonces cuando este mensaje se vuelve una invitación a participar del llamado de la Reina de la Paz con nuestras vidas, por medio de fervientes oraciones, de renuncias y sacrificios, y de permanente testimonio para que otros se conviertan.

La Santísima Virgen nos llama al amor cotidiano, a esos actos concretos de amor de cada día de nuestras vidas. Nos invita a obrar, en lo mucho o poco que tengamos que hacer con amor.

El Espíritu Santo infunde en nosotros el amor que nos mueve hacia Dios y hacia los demás en entrega de nosotros mismos.

No debemos dejar de apartar nuestra mirada contemplativa en Jesucristo que es el camino del y al amor. Toda su existencia terrena, recordaba el Santo Padre en estos días, es un acto de amor, desde su concepción hasta la muerte en cruz.

En la Última Cena y en cada Eucaristía que la hace presente, el Señor se da a nosotros totalmente para hacernos uno en el amor. Ante este misterio, exhortaba el Papa, debemos responder con una respuesta concreta a su amor expresada en una auténtica conversión al amor, en el perdón, en la recíproca acogida y en la atención por las necesidades de todos.

Todos debemos decidirnos ya por la santidad. Es urgente amar.

P. Justo Antonio Lofeudo mslbs
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